dissabte, 15 de desembre del 2012

La ciudad


Aúllan las calles de la ciudad escupiendo depredadores a la caza de una presa que acalle por un breve instante las voces del desengaño.

Hay un cierto hedor a podredumbre que se extiende sobre el asfalto a las cuatro de la madrugada y que se adhiere con sorprendente facilidad al caucho del neumático. Me asalta el recuerdo de una rueda de bicicleta pasando por encima de una mierda de perro en mitad de la acera porque el dueño no ha tenido a bien mancillar una de sus impolutas garras envolviéndola en una bolsa de plástico y recorrer los escasos cincuenta metros hasta el contenedor de la esquina. Las embestidas del viento zarandean el coche mientras éste se interna en un torbellino de hojas de plátano. Su rastro se ha instalado entretejido en la tapicería y me azota el juicio frente al semáforo que parpadea exhausto. Adoro que me atrapen sus matices mientras acelero en mitad de la avenida desierta que me ha de llevar a casa, provocan un hormigueo que recorre mi espalda al tiempo que una sonrisa brota entre los acordes de hey joe.

El mundo es un lugar caótico, fascinante, problemático, estimulante. Repleto de alimañas en busca de calor para aliviar los golpes de un invierno gélido e incierto. Y en ocasiones, si la suerte decide dejar de apostar en tu contra, colisionamos con espíritus deslumbrantes de roble y canela. Entonces el caos se vuelve más anárquico y confuso, una vorágine de letra cursiva de cuyo núcleo solo puede surgir la redención de los miserables, de los olvidados, de todo aquel que se sabe salmón y deja de buscar la comprensión en las almas plastificadas de rebajas con etiqueta inditex cuya única función es atraer al consumidor hacia el vacío.

En otro escenario, en otra noche, mi bestia rastrea su huella sin descanso hasta dar con él. Ronronea al ligero roce del hocico con su piel y se abandona a orillas del cuello de la camisa fantaseando entre gruñidos con su calor. Una mirada suya basta para adormecerla con la certeza de que el terciopelo no acabará. No en ese instante.
No hay lugar en mi mundo para sus corsés, ni para sus pautas, ni para sus sentencias, ni para su ceguera. Lo hay para ti, tus nieblas, tus girasoles, tus dientes, tu aliento, tu percepción.

I just quan havia decidit plorar-te un xic a diari per aíxi no ofegar la ciutat quan marxessis vas decidir estar-t'hi fins a fer-se de dia.

dimarts, 11 de desembre del 2012

Elle



Elle se detiene frente a la lavadora temblorosa que habita bajo el techado de carpintería metálica. Apenas cinco grados y la oscuridad retenida por la débil bombilla que parpadea dentro de la humedad es todo lo que allí se da cita. Lleva un fardo en los brazos, una manta, la que les cobijó alrededor de risas y océanos la pasada noche. Mira a ambos lados para cerciorarse de que nadie la observa y esconde la cabeza en el interior del edredón dejando que las notas de almizcle le laman las mejillas. Cierra los ojos para percibir el aroma en su totalidad y husmea el rastro entre los pliegues dejándose hechizar por cada matiz nuevo, por cada imagen que la aborda al tropezar con el tono salado de su sudor que somete sus sentidos hasta convertirla en un bassest hound. Cree distinguir el tacto de sus dientes en el terciopelo de un descosido y se ciñe el retal al pecho acariciándolo con ambas manos, del mismo modo que se aferraba a su piel entre el cuero y el algodón. Se aleja unos centímetros y advierte su media sonrisa en un espejismo sobre la superficie polvorienta del bote de detergente. Se le eriza la nuca. Resuelve meterla en la lavadora antes de que alguien repare en su ausencia, más que prolongada. Deja el ruido a sus espaldas y se acerca al lirio; demasiadas similitudes para analizar esta noche.  El recuerdo de sus brazos rodeándola al tiempo que danzaban el silencio de las calles de madrugada, sus ojos devolviéndole su mirada, dormirse en su aliento... 
Si se lo permite le desenredará las telarañas y le peinará los sentidos (como él ha hecho con ella) de camino al caos.

diumenge, 9 de desembre del 2012

Luna



Siento el frío en la punta de la nariz mientras contemplo las nubes de aliento desvanecerse entre resoplidos, los mismos que hacen mecerse al algarrobo que se erige enfrente mío. Pienso en tus miedos, en los míos. En nuestras aventuras; pasadas, presentes, futuras. Tan alejados de los pedazos de papel que enumeran, que clasifican, que ambos sabemos que limitan. Adoro tu expresión de aquiescencia cuando te pierdes en mis ojos, consintiendo, exponiendo. Te entretejes delicadamente a cada sonrisa sin apenas percibirlo, extendiéndote sin pretenderlo sobre la cotidianidad, above the billie's blue, inside the infinite sadness. Y sin querer te pienso y te evoco, te invoco en el terciopelo del château y en la intensidad de tu postre, y río y me despeino con las mejillas enrojecidas. Tus (elocuentes) silencios arrullan mi anhelo anclándome en el asiento entre mordiscos y suspiros. Zarandeas la cabeza dulcemente... y el otoño sabe a fresa, a whisky, a jimi hendrix, a coulant, a casiopea.
Tsssss, vamos a leer historias de mafiosos bajo la manta mientras el gélido frío azota las ventanas.

dijous, 6 de desembre del 2012

Tinte




El otoño había empezado a mudar ese abrigo de paño mojado que limitaba sus movimientos. Todo a su alrededor se teñía delicadamente de ocre y malva, un fluido de textura sedosa que se deslizaba cadencioso hasta ese rincón en el que retenía su locura con recelo.


Se sienta en una de las piedras que adornan el paseo escondida tras la bufanda y el gorro de lana analizando las prisas ajenas. Los primeros acordes de Woman de Wolfmother la arrancan de la realidad del frío que arremete en la calle y la envuelven en bergamota transportándola al refugio de ojos indiscretos. Sonríe y se mordisquea el labio recordando la intensidad de su sabor fundiéndose sobre la piel, delicados matices de ron  añejo y madera de olmo. Una sola mirada suya le basta para lamer el delirio sin moderación. Se retuerce al evocar su olor, que custodia en las manos horas después de acariciarle el cabello y un ligero gemido queda suspendido ante sus ojos entornados, puede sentir sus manos serpenteando por la espalda. La acidez de un hammond la devuelve a la rambla y sus luces, le resulta imposible resistirse al swing que se escabulle por entre las bisagras de la puerta del estanco y que la zarandea mientras sigue el ritmo camino del pequeño negocio. Ríe. El invierno se ofrece cálido y precioso.

dilluns, 26 de novembre del 2012

Recuerda, estás soñando



Jimi Hendrix se confiesa reverberando entre la madera de pino con sabor a sidra mientras derrama sus acordes por encima del chico constelación que, divertido, juega con ellos salpicando las mesas de su alrededor sin que éstas apenas lo adviertan. La conversación se sucede entre lo dicho y lo que no que, pugnando por salir, enrojece las mejillas abriéndose paso entre la duda y la estupidez.

¿Qué te apetece hacer? - A mi me apetece lamerte
Lo que quieras, mandas tú.
Mmm... déjame pensar - Tus labios, tus manos, tu olor, tú...
¿Estás aquí?
¡Eh! Si. Pensaba - En tu lengua recorriendo mi mandíbula
Tranquila, no hay prisa.
Si fuera verano podríamos darnos un chapuzón - Podríamos buscar un rincón en el que escondernos...
Te la debo, pero en invierno no, ¡jajajaja!
Empecemos por irnos de aquí - Quiero morderte

Descifrar sus silencios y sus gestos se me antoja laborioso, quizá de ahí venga ese magnetismo tan familiar que le envuelve en una luminosidad cuyo chocolate fundido invade las papilas gustativas. Mi incontinencia verbal colabora con mi parálisis corporal convirtiéndome en una versión edulcorada de mi misma en estado de shock. Y entonces la deliciosa tormenta de aroma y almizcle, meandros de placer irrumpiendo y adentrándose en la piel. Tú y yo sabíamos que esto iba a suceder. Su certeza logra trastornarme, puede que incluso me enloquezca. Desliza suavemente su ambrosía como hace tiempo que no siento, una suerte de afán acogedor que estalla y contiene, que grita salvaje escupiendo sobre el papel pintado. Cada carícia se convierte en una promesa, generando expectativa, albergando el deseo de que pierda la razón. Lástima que mañana despertarás y todo habrá sido un sueño.

El despertador me arroja contra el blanco sucio de las paredes del cuarto empañadas del gris lluvioso de la mañana. Giro la cabeza y allí está, pequeños destellos, reminiscencias de una esencia. Sin duda, un sueño vibrante.

dijous, 22 de novembre del 2012

Silenciando



En ocasiones me gustaría ser una femme fatale, una mujer estereotipada que ni siente ni padece y que, en realidad, no deja de estar sometida de igual modo que el resto de la humanidad pero con un fondo de armario de orgasmo. Ser mala, pérfida, mortífera... Lo cierto es que almaceno demasiada tierra bajo las uñas y mierda en los bolsillos como para acercarme lo más mínimo. Esto y mi enfermiza tendencia a la inconstancia lastran cualquier perspectiva de ser un algo en esta vida, me conformaré con ser muchos medio algo en esta vida.

Mi última epifanía, acorde con la realidad que estoy pisando estos meses, ha sido ligeramente decepcionante. Conozco a la perfección los motivos que me llevan a compartimentar y ocultar(me) parte de mi pasado. Aún y así reconozco que la relación entre el dolor infantil y mi cerrazón adulta me resultó inquietante. El tiempo justo de verter un par de lágrimas, flagelarme las entrañas y poco más; lo de las peinetas y el rollo plañidero no va conmigo. Y llego a la misma eterna conclusión: tú piensa y razona que luego viene la enajenación y te lo desbarata todo. Porque esto es lo que ocurre, fragmento y analizo, argumento y me convenzo, esbozo un mañana y un pasado acorde con las herramientas que me han facilitado, manejable, antiséptico, que de nada sirve cuando un olor me sujeta del cuello, me levanta del suelo y me zarandea en mitad de la calle. Acepto la derrota, todas ellas. Mi relación más duradera y estable ha sido y sigue siendo, sin duda, con mi vacío.

Jamás pensé que llegaría el día en que enmudecería por amor. Así de repipi y absurdo. Mi vida ha terminado siendo una versión serie B nacida del cruce de Cumbres Borrascosas y un delirio febril de Chéjov. Suena peor de lo que es.

Alzo la cabeza y sonrío. Seguiré desgranando y experimentando, mostrando mis dientes. No sé sobrevivir sin luchar.

dilluns, 19 de novembre del 2012

Mmm... Trini...



Si tuviera que describir a Trini con una palabra sin duda sería deliciosa. Es un suspiro entre la multitud, prácticamente imperceptible en ese océano inmenso que es un cruce en el centro de la ciudad. 
La conocí a sabiendas sin saber, esa magia que nos liga a personas con las que apenas hemos compartidos más de cinco horas y quedan talladas en el esternón, convirtiéndose en mi diminuto oráculo de bolsillo.
Trini no siente, explota en mil destellos de los que en ocasiones más vale resguardarse. Pero es justo en el ojo del huracán que se torna terciopelo, un ronroneo sosegado y tembloroso que se asusta de las sombras del exterior, las mismas que no han sido amables con ella. Y es debido a esto que es fuerte.

Trini... recordar el sabor de su piel me produce un suave cosquilleo en la nuca, y es que el día que descubrí su sexualidad, y también la mía, todo cambió sin alterar nada. 
Aquella noche había empezado con una cena de veinte en vísperas de navidad. Todo transcurrió con normalidad, risas, canciones versionadas y fotos haciendo el ridículo. Sea como fuere todos habían decidido ir a bailar excepto nosotros tres: Trini, el chico constelación y yo. A una servidora le pierde la boca, un defecto como otro cualquiera, y ya había estado flirteando con la idea (y la pareja) sobre la posibilidad de terminar la noche en mi casa. El tercer mojito hizo las presentaciones pertinentes. A los pocos segundos de desprendernos de los abrigos y sentarnos en el sofá la mano de él me acariciaba el muslo mientras me susurraba al oído que había traído un par de cintas rojas; yo le besaba el cuello a ella. No me resultó complicado hacerles subir a mi dormitorio. Trini se tendió sobre la cama y sin previa sincronía el chico y yo la desnudamos al tiempo que acariciábamos y recorríamos su cuerpo con los labios y algún mordisco que no lograba contener. Bésale, me dijo, quiero veros. Me acerqué a él. Resultaban tan distintos. Miré de reojo y ella se acomodó en el sillón. Le tendí la mano mientras sentía como la lengua de él descendía por mi espalda y se detenía en la cintura pero la rechazó. Quiero veros, repitió. No puedo describir la sensación que me produjo ver a Trini con la mano derecha bajo las braguitas de algodón mordiéndose el labio mientras el reflejo del espejo del armario me devolvía la imagen del chico constelación sujetándome las caderas y gimiendo, todo ello al tiempo que la habitación se inundaba de almizcle y nuestras voces anunciaban un orgamos colectivo.

Nos despedimos a media mañana, tras el café con leche y unos croissants recién hechos. La casa quedó desierta aunque las sábanas me recordaron sus sabores durante horas.
A los dos días nos reencontramos en la oficina. Un par de guiños y aquello quedaba oficialmente zanjado, aunque no muy alejado, siempre podíamos recurrir a esa noche en momentos de soledad.

diumenge, 18 de novembre del 2012

Hilvanado


Deshojar margaritas, un acto perverso que ha quedado grabado en el ideario de jóvenes comercialmente apasionadas. Aunque vintage es demasiado vulgar para los tiempos que corren. E inútil...


Resulta complicado enhebrar el hilo cuando las lágrimas encharcan los ojos cansados de Susan. Después de meses de trabajo, horas invertidas en esbozar cada uno de los remiendos necesarios y alguna que otra noche en vela el final se acerca de forma precipitada. En ocasiones los juguetes, en manos inexpertas o insensatas, tienden a la fragilidad y se rompen al menor descuido. Su labor era arreglarlos, su deseo mejorarlos. Este muñeco en particular suponía un gran desafío. Jamás había llegado a su taller uno tan desbaratado: había perdido ambos ojos, le habían mordisqueado la cola, el interior, rancio, se le escapaba por lo que podría ser el ombligo, le habían arrancado un pie y restos de tinte gris salpicaban todo el pelaje. 

Antes de todo debió decidir el color que asignaría a aquellas pequeñas escamas sedosas y para ello tuvo que recorrer media ciudad hasta dar con una antigua tienda cercana al mercado en el que compraba los rebozuelos anaranjados que tanto le gustaban en la temporada de setas. Herminia, así se llamaba la dueña de la mercería, pasaba los setenta y recibía a sus clientas con una sonrisa cálida que empañaba los cristales de las gafas. Solo necesitó que Susan le describiera a la bestia en cuestión, se internó tras la cortina que daba al almacén y salió con una caja de madera. En ella había retales, hilos, botones, felpa, ovillos de lana y cintas de raso, todo ello en el sinfín de colores que existen en el espectro del rojo al naranja (con algún matiz amarillo). Es mi caja azafrán, creo que te servirá, dijo con un gesto cómplice. Después de mucho discutir logró que le cobrara más de lo que pedía. Se sentó en una terraza a un par de calles de su casa a tomar un zumo de fresa y naranja mientras observaba la caja con los ojos entornados. Podría utilizar la mayor parte de lo que contenía. El relleno fue relativamente sencillo, consiguió con un ligero zurcido que quedara bien sujeto. Recomponer la cola fue más complicado, prácticamente tuvo que hacerla entera cosa que le costó varios días de trabajo. Lo mismo ocurrió con el pie, que se negaba a parecerse al resto. Para los ojos usó cuatro botones, dos grandes de un tono musgo precioso y dos pequeños azul cielo con un ligero matiz violeta. Cuando hubo terminado pudo teñirlo del color azafrán que le correspondía.

Echa la cabeza atrás con la intención de que se retiren y se queden en su rincón para siempre. Una vez recuperada la visión borda con hilo dorado un pequeño dibujo, su firma, en la base de la cola. Años dedicados a esta tarea y aún no entiende la sensación de soledad que queda alojada en la estancia cuando la dueña, o el dueño, cierra la puerta tras de sí con su juguete en brazos. Siente que se llevan consigo un pedazo de ella que, probablemente, cosería sin darse cuenta. Es la única explicación.


Y se abalanza el silencio sobre su caza anudándole el suspiro y asfixiando cualquier esperanza.
Y se abalanza la ausencia sobre su presa quebrando el ancla.

dimarts, 13 de novembre del 2012

Inicio



Un sendero de incierta apariencia
que sueña con ser lecho de otoño
sembrado de naranjas y rojos.
Así es tu camino.

Y la travesía empieza
con un portazo,
con mil llantos,
con cien ausencias,
con un nombre.

Girar la cabeza se vuelve hábito,
el miedo vestidura,
pero en la gélida noche no olvides
que una bestia aguarda su esplendor.

La senda huele a almizcle...
y a sal.



Cascarón de terciopelo



Escondido bajo el peldaño
de mármol roto
un cascarón de terciopelo
observa arrogante.

De tacto sedoso, 
confunde al espectador
del viejo coliseo
en el que mora.

Mi cascarón de terciopelo...
tú y yo sabemos que
la nada se apodera de tus entrañas
en mitad del silencio.

Mi cascarón de terciopelo...
tú y yo sabemos que
el techo desagua tus embates
menguándote la sonrisa.

Dime hasta cuando dejarás que te consuma.


divendres, 9 de novembre del 2012

Apagón



"La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir"
 Gabriel García Márquez



Llegaba tarde al trabajo. Los viernes eran despiadados, en ellos se acumulaba la falta de descanso de toda la semana, las horas de sueño invertidas en letras absurdas que poco aportaban al mundo. A las seis de la mañana las paredes de la nave industrial crean una atmósfera gélida que atraviesa el alma, sólo un buen trago de café con leche le recuerda sus virtudes a la carne. Eso y el infalible eco en mitad de la madrugada.

Jane reunía fuerzas para afrontar la última jornada antes del ansiado fin de semana cuando se quedó a oscuras. Una avería había dejado sin electricidad a ese sector del polígono mostrando la fragilidad de la sociedad al completo. La puerta se abrió y una sonrisa obscena erguida en el quicio le susurró una idea. Ella la moldeó convirtiéndola en una proposición. Se cerró con un ligero golpe a sus espaldas mientras avanzaba hacia la silueta. Se colocó detrás y acariciándole con distracción el culo se metieron en el cuarto de los ordenadores. Se giró y la suavidad se tornó urgencia. La agarró fuerte y la apretó contra él sin encontrar resistencia alguna. Ella le besó primero, no atiende a convicciones sociales. El sabor de la avidez, el aroma mezcla de aftershave y aceite de motor, el tacto rudo, el ronroneo de las máquinas y los destellos de una decena de leds resistiendo en la oscuridad. Apenas unos segundos, tiempo suficiente para incendiar el pequeño habitáculo hasta que oyeron una voz conocida. Desenredó sus piernas y la dejó con cuidado en el suelo. 

Ya había vuelto la luz y se mordía el labio entre suspiros ante la pantalla de su ordenador recordando sus palabras. No tiene que enterarse nadie. No aprendería nunca...


Las despedidas unidireccionales a medio renquear aportan el matiz rojo que falta a su fiebre de otoño. Visto lo visto habrá que clavetear el alma encauzándola a la amnesia.

dijous, 8 de novembre del 2012

Quiero morderte



El parpadeo verde arranca a Jane del letargo. Escudriña el reloj y un hormigueo le eriza la espalda, quedan apenas unos minutos. Va a la deriva entre el deseo y la duda y cediendo al agotamiento deja la decisión en cascos y crin de su yegua. Busca convicción en la imagen que le devuelve el espejo aunque lo único que obtiene es una sonrisa de perplejidad y la mirada caótica: la antesala de lo que probablemente sea un episodio de locura (nada transitoria, en todo caso cíclica).
Se acomoda en el asiento del copiloto envuelta en una conversación insustancial que les de tiempo a llegar a donde sea que la lleve. Se decide por su casa. No podía negar que era el mejor sustituto al almuerzo tardío. El instante antes de desenredarse de sus ataduras se eterniza ruborizando sus mejillas y provoca que se muerda el labio con nerviosismo. Él lo sabe y juega dilatando ese espacio ofreciéndole una bebida. Cuando vuelve a entrar en la sala lleva consigo dos cervezas frías en una mano. Ella ya se ha puesto cómoda en el sofá y le espera con una idea a la que llevan dándole vueltas un par de días. ¿Dónde dices que vas a morderme?, le pregunta entornando los ojos. Si te parece empezamos... le aparta el cabello y antes de terminar la frase le muerde suavemente el cuello. Así da comienzo la insensatez. Emite un ligero sonido que él interpreta como una puerta abierta y coloca la mano derecha en su cintura, era tal y como había imaginado. Jane desliza su mano izquierda acariciándole la nuca y describiendo pequeños círculos con el dedo índice mientras cierra los ojos y siente como su lengua asciende por el cuello hasta llegar al mentón, donde la besa con cuidado resiguiendo la mandíbula. ¿Quieres que siga?, le pregunta burlón, no busques nada, bombón. Sonríe al oír el mote, le encanta que la llame así. Su respuesta es un beso húmedo que termina al clavarle los dientes en los labios acercándole hacia sí. Prácticamente tumbados sobre los cojines levanta la camiseta de ella dejando al descubierto la piel y el diminuto sujetador gris y rosa. Mientras se deshace de la prenda lame el ombligo y repta hasta llegar al pecho, donde se demora. Se incorpora y ella aprovecha para arrancarle el polo azul marino de trabajo. Su torso aún huele a sudor y a gasolina. Una dentellada en las costillas le hace gemir de sorpresa, esa no se la esperaba. Se abalanza encima de ella y la besa con fuerza incitándola a clavarle las garras en la espalda. Nota la presión dentro de los pantalones, es su turno, va a divertirse un rato prologando el deseo. Primero se libera de los leggins y luego le desabrocha el cinturón lentamente al tiempo que se muestran los colmillos. Bombón... que hoy no llegas a tu casa. Suelta una carcajada que él silencia al girarla sin previo aviso. Resbala la punta de la nariz por la columna con las manos colocadas a ambos lados de sus caderas. Cuando se encuentra con la goma del coulotte lo levanta con la boca y lo suelta de golpe produciendo un chasquido que la deja sin respiración. Aquí era, chiqui, susurra. Siente su respiración sobre la nalga derecha. ¿Me dejas?. Jane gira la cabeza y asiente. 

dimecres, 7 de novembre del 2012

Érase...


Érase una vez, en un país lejano de lecho de hojas secas y de fríos intermitentes, una niña que decidió enmudecer durante el día. Abría la boca y de ella salían palabras que rápidamente ataba con un cordel de la madeja que siempre llevaba en el bolsillo derecho del delantal. Recogía la primera piedra que encontraba por el camino y haciéndole un gran lazo arrojaba el hatillo al río que cruzaba los campos de amapolas y violetas por los que paseaba a diario. 


Garabateada en el muro de la avenida, justo donde aparcó la moto aquella tarde, una frase se burla de sus telarañas, las mismas que el viento despeina. Se siente agotada, vapuleada, consumida; el otoño no deja indiferente a nadie. Cada rugido la empuja al abismo y no tiene fuerzas para oponerse, así queda expuesta. Años de soledad y un punto de ebullición constante hacen que las urgencias se acumulen en exceso. 
Él no es él que es otro, son otros. Uno dulce y cariñoso, que aleja el frío de sus pies. Uno juguetón y salvaje, que libera el pecado. Uno tierno y sugestivo, que acuna su miedos. Y así se suceden, lo que es y no es.
El equilibrio es imposible y su yegua no atiende a razones. Ya no. Ahora no. El rechazo y la aceptación no son gemelos, deberían vestir distinto. 

Al final es cierto, todo es cuestión de tiempo, aunque es falso que toda espera tiene su recompensa.


Y era de noche, antes de acostarse, que sobre el escritorio se encontraba todo cuanto no decía sin desatar. Delicados hilos de agua salada se desprendían de sus silencios goteando sobre la madera del suelo. Sentada en el alfeizar de la ventana los susurraba al aire, a la luna, a los grillos. Pedazos de papel sobresalían de los cajones, de los armarios, de entre las páginas de los libros, de las cajas. Ya no sabía dónde meterlos. Quizá debiera empezar a quemarlos, al fin y al cabo la ceniza es mucho más fácil de guardar.

dilluns, 5 de novembre del 2012

Metamorfosi


metamorfosi

[1696; del llatí metamorfosi, i aquest, del grec metamórphosis, íd.]

f 1 1 Canvi pel qual una cosa perd la seva forma natural i en pren una altra.
     2 p ext Allò en què es transforma una cosa com a resultat d'una metamorfosi.
     3 MIT Facultat de determitats personatges mitològics de canviar d'aspecte i de forma.
     4 ZOOL Conjunt de canvis morfològics i fisiològics que experimenten determinats
     animals des que surten de l'ou fins que assoleixen l'estadi adult.



Dins una cova fosca i humida s'hi està un home que amb prou feines batega. Ha anat allí a morir. Sol. Lluny. Agonitza completament encongit entre cadàvers a mig podrir d'àpats anterior i les seves propies despulles. Les parets traspuen la crueltat de l'exterior. Mai pot amagar-se del tot. Ha perdut la noció del temps, qui sap si són dies, setmanes o mesos.
Sent com se li desfan els òssos, liquant-se lentament i suant els líquid en que es fusiona alhora que quelcom que podrien ser espines li travessen els músculs fent-lo cridar fins a perdre el coneixement. Altre vegada. L'olor de les femtes i l'orina ha deixat de preocupar-li malgrat que cada centímetre de la seva pell s'hi ha revolcat al damunt entre convulsions que el deixaven sense alè. El cor se li ha aturat una dotzena de vegades, i cada cop el dolç riu que és la son i cada cop un esglai que el fa vomitar quan l'òrgan se li eixampla i torna a  bombar. El primer va ser la caixa toràcica: les costelles van començar a trencar-se per permetre que els pulmons s'inflessin. La ranera va omplir tota la cavitat copejant-li fins l'ofec. Sota les ungles encara té les restes del que havien estat les seves faccions i que en un moment donat es van assecar fins a convertir-se en pols. En una ocasió havia passat dos dies sencers immòbil mentre la columna es triturava, naixia i es recol·locava, just abans de que se li obrís la zona lumbar i en sortís un apèndix que el va fer udolar de dolor. 
Respira amb dificultat. Prova d'incorporar-se però les potes no li ho permeten. Les punxades tornen i enmig dels gemecs s'enrosca i plora. Les escates s'obren pas a través de la carn fent degotar la sang fins al terra. Quan s'atura el turment es llepa les ferides vigilant la direcció en que ho fa. Això ja ho ha après.

Com pot s'arrossega cap a la llum, cap al so de les mallarengues, cap a l'olor de les violetes. Sent l'escalfor del sol a tot el seu cos i s'hi estira per a absorbir-lo completament. Ja res serà igual, pensa. El safrà que és ara la seva pell inunda les pedres del voltant fen-t'hi ballar els reflexes irisats. Acaba de nèixer una bèstia.


diumenge, 4 de novembre del 2012

Vacuidad



Cercano a la necedad...



Alientos extraños son
los que ahora moran
abatidos y caóticos,
desaliñados.

Pesadumbre de almizcle
que ya no huele,
que danza hasta dar 
con el suelo,
con el sueño.

Más allá del mar...
sólo hay mar.



... alejado del nirvana.


dijous, 1 de novembre del 2012

Natàlia


Incluso encajada en un pedazo de papel que cuenta con más de cincuenta años. Incluso en el blanco y negro que no le hace justicia a la miel que son tus cabellos. Incluso con esa tristeza que frunce tus labios y arremete contra la bilis del espectador. Incluso, o debido, al traje chaqueta de tweed y la camisa abotonada hasta el ahogo, eras una mujer fuerte y preciosa. Dios sabrá porqué motivo te decidiste por él y sus chaladuras.


Natàlia aprovecha la hora y media de soledad de la mañana del miércoles para aflojarse los nudos y respirar profundamente. Da inicio al ritual haciendo sonar el cd que le regaló su nieta con canciones de Ella Fitzgerald, Etta James y Billie Holliday. Easy living, irónico. Es metódica al elaborar la ambientación necesaria, un perfeccionamiento abstracto (al más puro estilo Kandinsky) que la posee en cuanto se siente libre. Ocurre en contadas ocasiones. Un café con Baileys y el álbum de fotografías sin abrir sobre la mesa de la galería. El sol se derrama sedoso sobre la portada provocando que el reflejo se estampe contra el papel pintado. Se sienta en la silla y al hacerlo se desprende de un quejido que desaparece al tocar las baldosas rojas. Las molestias de la rodilla habían dado paso al dolor seco. Suerte del ascensor, subir las escaleras de tres pisos requería un esfuerzo titánico y su energía desaparecía de forma paulatina, la destinaba íntegramente a soportar el día a día y ese canal televisivo infernal que no cesaba hasta la madrugada. Pasa las páginas con una sonrisa melancólica, adora su colección de fotografías de estrellas de su juventud: Imperio Argentina, Sara Montiel, Dirk Bogarde, Marlene Dietrich, Errol Flynn (según ella las mejores piernas con y sin mallas de la historia), Greta Garbo, Clark Gable, Cantinflas... El tiempo se le había escurrido entre los dedos sin enterarse. El reclamo de una gaviota la devuelve a la realidad de sus quehaceres, debe preparar la comida a tiempo, el horario es sacrosanto en esa casa. Bewitched. Preparará un arroz con verduras, un lenguado a la plancha para cada uno y una ensalada de escarola, rábano y cebolla tierna. 

Algún día. Sí, algún día...


dimarts, 30 d’octubre del 2012

Sin título



La presentación, formal, del invierno la hace a mediados de otoño cuando de entre el recuerdo de castañas y boniatos resbala el chasquido de la madera cediendo al calor del fuego. Imposible no hacerlo.


Él: Como cada viernes se sienta en la barra ante un gintonic clásico servido en vaso de whisky. El negocio arrenda por un módico precio cáscaras de las que poco más se puede sacar a parte de un par de adagios sentenciosos, algún orgasmo ficticio y restos de óxido en el reverso de las manos. Si supiera el mundo que lejos de allí saben florecer... Esa noche necesita compañía, simplemente. No logra encontrar terciopelo que le meza y le convenza de que todo saldrá bien, aquel con aroma a sonrisa y a almizcle. El pánico le atenaza el intestino retorciéndoselo con crueldad. El camarero descifra la angustia en su rostro y le sirve un soplo de espirituoso. Sus carcajadas rasgan la atmósfera taciturna cuando una de las chicas le pregunta si quiere pasar un buen rato. Primero no entiende, luego se ofende. Pobre chiquilla, piensa mientras observa como se dirige al otro lado del local entre blasfemias, no sabe que a él ya no le es permitida esa opción. No recuerda en qué momento decidió tirar la toalla. Asqueado pide la cuenta. Andaría de vuelta a casa, mejor que le de el aire antes de meter la llave en la cerradura.

Ello: Su aspecto se había vuelto plomizo con el paso del tiempo, con la falta de descanso, con el alma en una vasija de barro junto a la chimenea polvorienta. Sus facciones se habían tornado adustas y la piel, antaño coraza, era una superficie blancuzca y transparente. Ni siquiera parecía una serpiente. Hacía meses que había perdido la movilidad en la cola, ahora la arrastraba sin vigor carcomiendo la madera del suelo y describiendo unas formas peculiares sobre él. Había aceptado aquellos grilletes de buen grado, era su ciega gratificación al amor que le profesaban. Pero no entendía su cautiverio. Le amaban y le recluían. En el último año solo le habían visitado en tres ocasiones. La herida en la pata empezaba a gangrenar la extremidad extendiéndose lentamente. Habría enloquecido si no fuera por los pájaros que cada noche canturreaban sobre las ramas del sicomoro que se alzaba justo delante de la ventana del sótano. Se maldecía y rugía: un día de estos...

Ella: Se corrige. Se censura. Se desnuda. Y vuelve a empezar. Se corrige. Se censura. Se desnuda. Y vuelve a empezar. Se corrige. Se censura. Se desnuda. Y vuelve a empezar. Se corrige. Se censura. Se desnuda. Y vuelve a empezar... Y despierta.

Ellos: La melancolía de ese pueblo invade cada centímetro de su piel. Se sientan entre crujidos y lamentos sobre una toalla, como debieran haberlo hecho hacía décadas. Sus manos no se han soltado desde que salieron de la ciudad. Ella acariciándole la nuca mientras el coche devoraba kilómetros. Él apoyando la mano en su muslo sonriendo de reojo cuando no tenía que cambiar de marcha. Recuerdan su tacto: recio, terso, joven. Se sostienen la mirada ante los embates del mar descifrándose los surcos. Las huellas más profundas no se encuentran en la piel, lo saben. Con la derecha temblorosa le acaricia la barbilla, jamás volvió a afeitarse desde entonces, era cierto. Él la abraza sin la energía del pasado y le huele el cabello, hundiendo su nariz hasta tocar el cuello. Ella le susurra: te prometí que respiraríamos la sal juntos. Tú y yo.



diumenge, 28 d’octubre del 2012

Te sueño yerma

06 de octubre de 2007


Te sueño yerma
 
 
Desnuda
yaces inerte
sobre tu hojarasca.
Melena cetrina,
mirada absurda.
No me abandones…
 
Recostada,
mostrando heridas
tras mil batallas.
Marchito tu vientre
lloras desconsolada.
No me abandones…
 
Silenciosa
te arrastras entre deshechos
y heces ajenas.
De tacto árido,
de láudano tus besos.
No me abandones…
 
Apagada,
estremécete y erra su
tiro certero.
Tu piel amarillea,
tu seno revienta.
No me abandones…
 
Puño aterciopelado,
sangre de tu sangre,
¡elige destino!
 
Te sueño yerma de mieles,
de aromas y flores,
de sombras y trinos,
de amores y exilios.
 
Te sueño yerma
en el desespero y la desilusión.
 
No me abandones…
y deja que te sueñe verde.

dijous, 25 d’octubre del 2012

Naike



La casa despedía un aire gélido cuando entró en mitad de la noche. Encendió las luces del pasillo y fue directa al vestidor. Se sentó en el pequeño sillón que había comprado un domingo lluvioso en uno de los muchos mercadillos de segunda mano que invadían la ciudad. Lo primero que le llamó la atención fue el color granate de la tapicería. Más que sugerente ese asiento era una abertura a su rincón más fetichista. Los espejos le devolvieron el reflejo de una mujer joven, con la espalda erguida y las piernas ladeadas. Con suavidad sujetó el tacón del zapato derecho y movió el pie para desasirse de él. Mantenía el tacto aterciopelado, el lazo intacto y sus vertiginosos once centímetros impolutos después de tanto tiempo. Desencajó el zapato izquierdo del talón y lo dejó colgando sobre los dedos. Recordó la última lengua que serpenteó por ellos. Se puso de pie y con un movimiento rápido se quitó el vestido de punto rojo. Buscó de reojo su perfil. Pasaban los años y aún sentía que se debía al pecado. Volvió a sentarse y se inclinó para desabrochar uno por uno los elásticos de blonda rosa del liguero. Deslizó los dedos bajo la media acariciando con la totalidad de la mano su piel y arrastrando la tela con ella. Hizo lo mismo con la otra media pero esta vez fijó su  mirada en el parpadeo verde. Sonrió. 
Solo vestía un coulotte de algodón negro con un botón nacarado en el borde cuando abrió la puerta de la entrada. Unos minutos y ya me hubiera metido sola en la cama, le dijo. La silueta que aguardaba aún en la calle se estremeció y emitió un sonido parecido a "aaaffffuuu". Agarrándola con delicadeza de las solapas la invitó a entrar, la acercó hacia sí tanto que hizo que su nariz se precipitara sobre con sus cabellos. Inspiró tres veces. La visita paseaba su mirada de aquel botón, que se movía ligeramente bajo el ombligo cuando ella hablaba, a la puntilla que enmarcaba las caderas. Sin previo aviso se le pegó por detrás, le apartó el pelo con cuidado del hombro y le clavó los dientes con dulzura paseando ligeramente la punta de la lengua hacia la nuca. Se quitó la chaqueta ayudándose de leves movimientos dejando que resbalara hasta el suelo y acarició su cintura abrazándola por completo. Se metieron en el primer cuarto que encontraron, la cocina. Naike se sentó sobre la mesa y rodeó a su cita con las piernas al tiempo que atraía su cara hacia la suya. Mordió sus labios y se aferró a ellos con la intención de no dejar que escaparan. Todos los poros de la piel se erizaron al instante. Sumergió las manos bajo la camiseta y la arrancó de un golpe. Absorbió el aroma que desprendía su cuello y lamió las finas clavículas. Hundió sus dedos en la melena cuando en un impulso la agarró del trasero y la acercó con cierta vehemencia. Le susurró una obscenidad y la empujó con mucha ternura hasta que su espalda tocó por completo la madera de la mesa. Sintió como desaparecía el tacto de la única pieza de ropa que llevaba. Una mejilla reptaba por el interior del gemelo derecho, por la rodilla, por el muslo... Una dentellada en el lunar que se alojaba en la ingle izquierda. Volvió a bajar y esta vez un hormigueo cruzó su columna al notar el calor de la saliva que subía muy lentamente. Las manos a ambos lados de las caderas impidieron que se retorciera cuando hundió su lengua. El techo pareció rasgarse y de todas partes llovían gemidos, risas y gruñidos que inundaban la estancia. Como pudo logró incorporarse y alzó la cabeza de su amante. Lamió su barbilla y ascendió hasta su boca en la que se perdió unos segundos. Cogió su mano y subieron al vestidor. Se tendieron sobre la alfombra y terminaron de convertirse en alimañas mientras observaban sus cuerpos fundiéndose.
Se miraban fijamente con las manos anudadas, no lograrían jamás cortar esa hebra que unía a lo más salvaje de sus espíritus. Algún día lo gritarían al mundo entero, pero no esa mañana que empezaba a despuntar. Se besaron. Debían dormir un poco antes de volver con sus maridos.

dimecres, 24 d’octubre del 2012

Macarons avec moi


Je suis (flamme) Violette...


La repostería no acepta urgencias y eso es lo que más le gusta. En la puerta de madera, ocupando el hueco que ha dejado el delantal que en algún momento fue blanco, cuelga prisas e incertidumbres. Esta noche tiene la vez una receta que hace semanas que la persigue. 
Olvidó sacar de la nevera las claras de huevo antes de irse al trabajo así que mientras se atemperan decide darse un baño caliente con su pez preferido. La casa inicia su letargo cuando las varillas ronronean suavemente acompañadas de la voz de Compay Segundo. El tiempo que precisan las claras para montar a punto de nieve suele dilatarse hasta el exceso pero es necesario resistir a la tentación de terminar demasiado pronto. Una de las muchas enseñanzas de la cocina. Añade el azúcar y mientras éste se integra observa el envase sin empezar de esencia de violeta. No ha querido estrenar nada aún, pero ahora la ocasión lo requiere. El líquido gotea con delicadeza sobre la mezcla y desaparece rápidamente al entrar en contacto con ella. El aroma invade la cocina y aparece un campo de violetas espolvoreado con un sol de media tarde sobre la encimera. Agita la cabeza para deshacerse de anhelos que la anclan y deja resbalar el colorante lila wilton para añadir después el rosa. El volcado sobre la almendra y el azúcar glass es meticuloso. Sonríe al imaginar su rostro sorprendido. Se ayuda de una espátula para finalizar el proceso. Suena chan chan. El cuerpo responde al estímulo (siempre lo hace) y baila por la cocina con la manga pastelera en la mano izquierda y el tarro de las boquillas en la derecha a modo de maracas. La superficie de silicona fue una buena inversión, la chica de la tienda le regala un comentario burlón cada vez que la ve entrar por la puerta. Dos horas y media dan para mucho. Para preparar un ganaché de chocolate con la tableta que le trajo su abuela de Santillana del Mar de 75% con la nata que aún quedaba de aquella cena. Un relámpago le cruza la mente. Su mano temblorosa al subir las escaleras, su océano contemplándola mientras describe círculos, las miradas huidizas entre verduras, Etta James, sonrisas escondidas en bolsillos ajenos, el aroma impregnando el algodón. Recupera las bolsas de plástico del fondo de la caja, rebusca entre los pinceles al encuentro de las cintas satinadas y abre cinco cajones antes de dar con las tarjetas malvas. Musita Le Festin en un francés inventado concentrada en algo sin importancia. Garabatea en la libreta negra. Mira el reloj, faltan unos treinta minutos, así que aprovecha que la casa está en calma y se asila en su cuarto. Se desliza bajo las sábanas y se deshace de los pantalones del pijama. Cuando cierra los ojos invoca otros cuerpos, otros labios, otras manos. Al principio lo logra. Pero es cuando su respiración se agita generando pequeños rugidos, llegada al punto sin retorno, que surge de entre la bruma oliendo a sal y susurrando su nombre. No le quedan fuerzas para pelear de modo que se abandona al estallido arqueando la espalda y conteniendo un aullido. La cama protesta. Pasados unos segundos se aparta el cabello de la cara, ya deben haberse secado completamente. Un golpe de calor en el horno y la planta baja en su totalidad murmura violeta. A través de las ventanas cerradas percibe el sedoso tañido de las campanas de la iglesia. Es medianoche. 


Laissez moi vous émerveiller


diumenge, 21 d’octubre del 2012

Sinestesia


sinestesia s. f. FISIOL. Sensación secundaria que se produce en una parte del cuerpo a consecuencia de un estímulo aplicado en otra. 2. SICOL. Sensación subjetiva, propia de un sentido, determinada por otra sensación que afecta a un sentido diferente.


Despertó sentada en una silla plegable de madera en mitad del prado. Ya había amanecido, al fin, aunque la generosa altura de las montañas que frente a ella se elevaban no permitiría la entrada a los primeros rayos de sol hasta pasadas un par de horas. No muy alejado el tañido metálico de los cencerros componía un cuadro digno de la mano de Théodore Rousseau. Las vacas pastaban entre la neblina de la mañana, el rocío lo calaba todo sin excepción. Inspiró profundamente y un ligero sabor a hierba le llenó las fosas nasales. Abrió los ojos sorprendida ante aquella extraña sensación. Volvió a inspirar y esta vez descubrió un matiz dulce que le recordaba al almuerzo. Giró la cabeza y en el porche de la casa Marien untaba mantequilla sobre una rebanada de pan tostado. No le costó asimilar que estaba oliendo sabores. Sin pensarlo demasiado cruzó la distancia hasta llegar al descansillo corriendo y fue directa a la alacena deteniéndose un momento para meter la nariz en el horno y degustar los maravillosos bollos de leche que hacía aquella mujer. 
Mermelada casera de moras, la caja dónde guardaba las galletas de miel y canela, longanizas suspendidas en el aire secándose junto a pimientos de cayena, botes de cristal con tomates en conserva, una cesta con setas recolectadas la tarde anterior. No necesitaba acercarse demasiado para paladear lo que allí se escondía. Tenía que hacer esfuerzos para no llenar el suelo de saliva, aquella percepción se había adueñado de ella. Un presentimiento le cruzó la mente. Abrió la boca y sacó la lengua. ¡Ahí estaba! Los aromas se le pegaban casi hasta anudarla. Dulce y salado, incluso el ligero tono amargo de una cebolla en descomposición. Volvió a la cocina y los bollos esperaban en la rejilla sobre la encimera. Partió uno y eligió el trozo más pequeño. Sopló hasta que estuvo lo suficientemente frío y se lo metió en la boca. Faltó poco para que los ojos rodaran por el embaldosado. Olía la harina, la leche, la mantequilla. Aquel aroma que tantas tardes la habían acompañado ahora se alojaba en su paladar. El mundo se había vuelto loco, o quizá ella. Agarró un par de aquellas delicias y subió al segundo piso a disfrutar de tal rareza, en cualquier momento podía evaporarse. Entró en la biblioteca y desapareció tras el sillón de orejas. Mientras comía con lentitud saboreó el aroma del cuero rojo a sus espaldas, el polvo sobre las estanterías, el papel gastado de los libros, la madera del piano. Oyó que alguien entraba y permaneció quieta como un ratón tras una bala de heno cuando se adentra el gato en el cobertizo. Sacó la cabeza sin dejar de ocultarse y observó que la hija pequeña de Marien, Gaëlle, estaba de pie frente al piano golpeando suavemente las teclas y con la cabeza apoyada sobre el atril. Enderezó la espalda y se sentó en la banqueta. Entonces ocurrió. El principio fue delicado, una armonía blanda que fue sometiendo cada centímetro de su piel. El sonido se introducía de forma sedosa por el pecho y se expandía por todo el cuerpo como el calor de un vaso de ginebra en pleno mes de enero. Aquello sublimaba el espíritu. Le parecía ver las notas como serpenteaban desde la punta de los dedos hasta el hombro. El tacto de la música era, sencillamente, asombroso. Gaëlle cambió el estilo y se atrevió con una pieza más enérgica. Las cosquillas dieron paso a las caricias que iban tornándose fricción. Las mejillas enrojecieron al sentir como aquella melodía ascendía por las piernas. Intentaba mantener enmudecida la respiración agitada pero no sabía si lograría que la pequeña no la oyera. Los compases lamían cada ápice de su organismo y empezaba a sentir como se acercaba el éxtasis. Se mordió el labio tratando de frenarlo pero su cara exhibía el deseo de que ocurriera. El hormigueo la clavó al suelo al tiempo que levantaba la cabeza al techo y dejaba escapar un siseo al aire que quedó absorbido por el sonido de la interpretación magistral de la niña.
Esperó a que se hubiera ido para volver a moverse. No entendía lo que acababa de ocurrir aunque no le preocupaba desconocerlo, le bastaba con saber que había sucedido. Se incorporó y se dejó caer sobre el sillón. Apenas podía abrir los ojos. Cogió el último pedazo de bollo y lo dejó entre los labios. Suspiró obligando al aire a esquivar la porción de pan y lo hizo entrar en la boca. Esbozó una sonrisa al advertir que sabía como siempre, como lo había hecho esas tardes de otoño. En realidad no necesitaba más.



El instante anterior a que dé comienzo el diluvio el tiempo se detiene. Nada parece advertir que en apenas unos segundos el sonido del agua llenará las calles e inundará el paisaje. Chopin es la compañía perfecta para ese momento... Y el posterior.


dissabte, 20 d’octubre del 2012

Nada


Infinitas partículas de humedad se arremolinan alrededor de las farolas del paseo conteniendo la luz de las mismas, creando así una percepción esponjosa de la realidad.

La fragancia de la dama de noche invade la avenida. Es noche cerrada y solo me acompaña el sonido vacío de los tacones y el viento al estrellarse contra las hojas de los almeces en hilera. [Es curioso. Bajo los árboles se vive una realidad distinta, pasada. El tiempo se dilata]. Las gotas que aún resisten adheridas a las ramas resbalan lentamente con la brisa.
Freno en seco. Sobre la acera hay dibujada una flecha con tiza que señala a mi derecha. Miro en esa dirección y me sorprenden unos ojos melancólicos. Una figura permanece de pie en la acera contraria, siguiendo la dirección de la réplica de la flecha que se encuentra a mis pies. Devuelvo mi mirada al horizonte y sigo andando. Él hace lo mismo. Vamos en el mismo sentido. El ritmo se acompasa. De vez en cuando se cruza alguna mirada furtiva. La calle se estrecha y nos acercamos lentamente mientras ésta va a morir a una verja medio rota salida de sus goznes. Ambos nos detenemos delante, sin mirarnos siquiera, solo con el sutil roce del reverso de las manos. Me adentro yo primera en la maleza, él viene detrás. Los hierbajos se agarran a la ropa y arañan delicadamente la piel. Tras esquivar matorrales y zarzas llego a un espacio despejado con dos bancos encarados. Detrás de cada uno hay un inmenso sauce que arrastra sus ramas por el suelo. Cuando llega yo ya estoy sentada, mirando el espacio vacío que él ocupa al momento. Permanecemos allí, inmóviles, hasta el amanecer. Sin mediar palabra.


El parietal le palpitaba apoyada contra el reposa cabezas. Esa noche había llovido con intensidad bajo aquel paraguas. No podía pensar con claridad, ya lo haría mañana.

dimecres, 17 d’octubre del 2012

Otoño


El martilleo incesante anulaba su razón. Oía esa melodía en todas partes. La chica de la frutería la entonaba, el repartidor la silbaba, las esperas telefónicas vertían la pieza de Liszt por el auricular. De todas partes goteaba esa música que aceleraba su sentido y le arrancaba la sonrisa que solo guardaba para él.


La Tour de Carol. Tan evocador y tan lejano. Se acercó a una de las ventanillas a comprar un billete, flirteó con el chico unos minutos, hasta conseguir que se sonrojara, y cruzó la estación estampando cada paso en el reflejo de un cielo gris sobre el linóleo hasta las escaleras mecánicas. No llevaba maleta, solo uno de esos maxibolsos en los que cabe prácticamente de todo. El tren no tardó en llegar, vacío casi en su totalidad. Eligió un asiento de ventanilla y se acomodó. No consiguió aguantar despierta más de diez minutos. Un zarandeo cadencioso la despertó. Un hombre de unos setenta años la miraba con afectuosidad y le hablaba en francés. Supuso que habían llegado, o al menos eso declaraba el cartel que había a pocos centímetros del cristal.
Hacía frío. Se abrochó los botones de madera del abrigo verde que se le había antojado una tarde de paseo por la ciudad y se alegró de la decisión de calzarse sus botas altas. Se adentró en el pueblo en busca de una cafetería donde desentumecer las extremidades y ordenar sus cajitas. Unos visillos algo amarillentos que prometían ocultarla de las miradas externas la invitaron a entrar y tomarse un café acompañado de un croissant. Era un local pequeño, diminuto, con tres mesas y una mujer rolliza tras la barra.
Incluso en los confines del mundo se encontraba con sus ojos, su aroma, su sonrisa, su piel, su voz. 
Agitó la cabeza fracasando en su intento de desterrarle a una de sus cajas. Arremetían contra ella eternos interrogantes. Una mariposa se posó sobre una de las azaleas del alféizar. Suspiró.
El viento la distrajo jugando con la ropa retorciéndola sobre el alambre en un jardín contiguo. Se decidió por una callejuela mal asfaltada que la condujo hasta un sendero de tierra. Cultivos a mano izquierda y paddocks a mano derecha. No había recorrido diez metros que se acercaron a curiosear una yegua y su potro. Alazanes, vigorosos, con unos cuartos traseros envidiables, probablemente la madre sirviera de tiro, tenía un pecho amplio y fibroso. Arrancó un puñado de tréboles que bordeaban el camino y se lo acercó al potrillo. No vaciló. Miró alrededor y encontró unos brotes de alfalfa que repartió entre los dos. Apoyó su frente sobre la de la yegua e inspiró profundamente. Apenas se movió. Abrazó la cabeza con ambas manos, las dejó resbalar con suavidad hasta la mandíbula y de allí subió hasta las orejas. El olor, el calor, el tacto... Amaba a esas criaturas.
Siguió andando hasta la cima de una loma. Un torbellino de aire la golpeó, la falda de tablas color vino y la melena se mecían en armonía. A lo lejos distinguió las ruinas de un castillo, solo quedaba en pie un torreón. La hierba y el musgo cubrían gran parte de la piedra, un manto de un intenso verde que profería melancolía a aquel paisaje tan sugerente. Empezó a llover. De vuelta a la estación se despidió de los caballos, memorizó el sonido esponjoso de los tacones sobre la tierra y saboreó el agua que se escurría de las hojas de un gran abedul cercano a una avenida.
No pudo dormir de vuelta a casa por mucho que el movimiento de la bestia de hierro la acunara. Observó su reflejo en la cristalera. No podía dejar de murmurar sus palabras, retorciéndolas, desgranándolas. Y mil incógnitas aguardaban a sus espaldas, nerviosas, esperando su turno. Aunque quisiera no podría abandonarle. Tan lejos, tan cerca. 
Olía a tierra mojada y a almizcle y se oía How can I tell you de Cat Stevens. 


En otra ciudad, apoyado sobre la baranda de la terraza y observando a la mariposa que aletea sobre la albahaca, una figura observa los meandros en reposo que son los niños que juegan en el parque. Le escuece el hombro derecho desde ayer. Sonríe mientras pasea sus dedos suavemente sobre lo que imagina es un esbozo. La zona enrojecida se tornaba perfil. Aún no era tiempo de escamas de azufre, pero llegarían. Y lo harían antes de lo esperado.


dimarts, 16 d’octubre del 2012

Renacer


Un número de teléfono, un maldito número de teléfono que hace las veces de puerta del averno. El frío de la cocina, el reflejo sobre el metal estallando en la pared desteñida, los dedos helándose alrededor del pedazo de papel. El corazón exprimido, respirar duele. Nueve cifras garabateadas semanas antes. Los rizos intentan alcanzar el océano, los pies están incrustados en la roca. La expectativa del albor en el horizonte. Ahora o nunca.

Se había enfrentado a su pasado en incontables ocasiones, pero ello no lo hacía más sencillo. Todo había empezado al ordenar la montaña de libros de cocina, facturas, recibos, revista y demás papeles que tapizaban el escritorio, una suerte de mikado en precario equilibrio. Escondida bajo la cocina vegetariana aguardaba aquella libreta azul, una de muchas, que fue a parar al montón de "mirar y ordenar". La prioridad era reubicar la biblioteca gastronómica, de modo que quedó pendiente de archivar sobre la silla donde lanzaba la ropa. Fue al acostarse, justo después de arrancar la camiseta vieja que hacía las veces de pijama, que cayó al suelo el cuaderno. Lo abrió por el principio, sin excesiva curiosidad. Una fecha encabezaba la hoja: 21/03/2005. Las primeras treinta páginas relataban el día a día en la hípica en la que había vivido y trabajado años atrás. Detallaba a la perfección la faena con los caballos, los alumnos, los incidentes ocurridos más o menos importantes y los tratamientos veterinarios a seguir. Había olvidado la mayoría de lo acontecido en aquella época (como le sucedía con prácticamente todo el pasado), solo guardaba una docena de anécdotas en la memoria y no solía rescatarlas.
Tras varias hojas en blanco otra fecha, esta vez del 2006. Allí había narrado sus emociones, sus sentimientos y una descripción algo sobreactuada del caótico mundo en el que vivía. Una punzada en el corazón. ¿Había amado realmente a aquel chico? En cierto modo si, y quizá por ese motivo se sentía tan culpable por el trato que le propinó y por su reacción pseudoadolescente al conflicto. Debería pedirle disculpas, se dijo. Siguió avanzando sin leer, se avergonzaba demasiado de su yo pasado como para revivir esos días absurdos y egoístas. Una carta sin enviar, ninguna novedad, a otro chico. ¿Qué coño le pasó? ¿Tan desesperada estaba como para suspirar por tres o por ninguno? A punto estaba de soltar aquella caja de pandora y meterse en la cama cuando abrió la última página, una fea costumbre que la obliga a leer la frase final de un libro antes de empezarlo. Allí estaba. Nombre, dirección y número de teléfono. No podía creerlo, tanto tiempo intentando recordar su apellido, fracasando en cada una de las búsquedas en google, preguntando por quien le proporcionó los datos sin ningún resultado y siempre lo había tenido cerca. Todo lo cerca que puede estar la última página de una libreta cualquiera sepultada bajo kilos de recetas.Y entonces lo vió, un folio doblado por la mitad, el texto que le había salvado la vida, que le había proporcionado el éxtasis místico, la epifanía de su vida. 
Una tarde semilluviosa componía el paisaje de la última sesión con él, aunque ella no era consciente de que así fuera. Sin ningún acento específico le dió a leer esa misma página. Nada indicaba lo que iba a ocurrir. Mientras él terminaba una gestión pendiente que le obligó a salir de la sala ella devoró en un santiamén el par de párrafos. Levantó la cara, frunció el ceño, y lo releyó una segunda vez. Y entonces sucedió. Un mazazo en la cabeza, un viaje extra corpóreo, la última pieza de un puzzle de seis meses que al presionar con el dedo y colocarla en su sitio exacto suena como un martillazo en un yunque. Todo tenía sentido. Simple, precioso, perfecto.
Quizá fue la emoción de absorber una realidad aplastante, puede que fuera la visión de un mundo nuevo a su alcance, pero lo cierto es que cuanto él volvió a sentarse frente a ella y le preguntó cómo se sentía no pudo articular palabra, sólo lloraba en silencio, con el alma totalmente expuesta.
Después de aquello un apretón de manos, un deseo sincero, cuatro palabras de aliento, un abrazo en el bolsillo y la puerta se cerró a su espalda. Y allí quedó, abandonada a su suerte en plena ciudad, en una ciudad ahora desconocida.  La vida empezaba en ese instante. 
Joder, no recordaba donde había aparcado el coche.

dilluns, 15 d’octubre del 2012

Siempre sale el sol. Siempre.

And I'm still waiting for the rain to fall...



Dejó la puerta entreabierta para que una fina hebra de la luz amarillenta del pasillo se adentrase en la habitación, confiando en que ello bastara para desalentar a las bestias. Andó la decena de pasos descalza hasta el descansillo y allí se puso los zapatos apoyándose en el pasamanos de madera. Llegaron a la comisura de su sonrisa las primeras lágrimas. Se puede llorar de rabia y alegría a la vez, increíble pero cierto.

Amanecía cuando el primer tacón imprimió su sonido hueco en el adoquinado. El casco antiguo se despierta envuelto entre castaños, cedros y ginkos que danzan al son que susurra el viento, las adelfas se agarran a las faldas y los bajos de los abrigos y el sol intenta por todos los medios calentar el asfalto. Jane cogió el camino largo de vuelta a casa, el que cruza los jardines de una celebridad burguesa y en cuyo centro hay un círculo de bancos de piedra al amparo de unos madroños. Cogió un par de frutos rojos y, a diminutos mordiscos, los fue masticando mientras se perdía entre los cedros, los cipreses, los abetos... el sonido del cortacésped desquiciaba pero valía la pena, el olor a césped recién cortado la transportaba a los veranos de montaña y piscina. Alegría y dolor siempre de la mano. Se descalzó y metió los pies en la fuente, el agua estaba helada, pero de este modo tenía la excusa perfecta para tomarse un café con leche ardiendo, se lo había merecido. Hacía frío en la calle y todos los trajeados se resguardaban en el interior de la cafetería, así que pudo escoger el mejor sitio de la terraza. Las ocho en punto, era la hora. De la ventana del primer piso del edificio de enfrente, la escuela municipal de música, empezó a derramarse muro abajo, reptando por entre coches y transeúntes, el Impromtus Nº 4 op 66 de Chopin hasta impactar contra su piel. La vida se detuvo, en su totalidad, excepto esos dedos vertiginosos que golpeaban contra su sien con cada nota. Solo cuando hubo terminado la pieza pudo volver a respirar, suerte de un soplo de aire que por allí pasaba. Una cabeza se asomó tras el cristal e hizo un gesto. Ella respondió y le lanzó un beso con la mano. No se conocían, pero el ritual se repetía desde hacía tres o cuatro meses cada miércoles. Y entonces fue el turno de Gnossienne nº 1 y nº 4 de Satie.

Entró en casa con sigilo, descalzada otra vez, intentando que la perra no armara mucho jaleo. No respiraba, suspiraba entornando los ojos, y se deslizó como pudo hasta su cuarto sin hacer ruido. Se desnudó frente al espejo como hacía siempre, intentando escudriñar lo que otras miradas advertían. Dejó el vestido negro, la perdición como él lo llamaba, sobre el montón de ropa de la silla y se vistió con unos pantalones de pijama desgastados y una camiseta ancha violeta. No se había dado cuenta hasta ese momento de la caja de cartón que alguien había colocado sobre su cama. La abrió con la ayuda de la navaja que habitaba bajo su almohada y dejó escapar una carcajada que ahogó rápido con ambas manos al descubrir el contenido. Nada de flores, ni de bombones, ni perfumes, ni joyas, no era su estilo. Allí había agrupadas sensaciones, aromas, emociones y una cajita de música envuelta en un retal de lino. En él se leía: "Que mis ojos sean los tuyos, que mi voz te acompañe como tantas veces lo hizo la tuya y que nuestro tacto...". La caja era todo engranaje y una delicada manivela. La hizo girar suavemente y un sonido metálico inundó la estancia. No podía ser otra, siempre adoró los musicales y Rent tenía algo especial que no alcanzaba a entender. Colocó la caja al lado del elefante gris que velaba su sueño y se enfundó bajo las sábanas. Las camas individuales se calientan rápido.

... so take care what you ask of me cause I can't say no.

dissabte, 13 d’octubre del 2012

Silke



El infierno deja escapar a las más abominables de sus criaturas durante las primeras horas de un domingo. Padre e hijo encurtidos en sendas camisas de algodón escudriñan el paseo y olisquean a su próxima víctima, alguien a quien atragantar con su verdad, la única, sobre dioses magnánimos, paraísos celestiales y miedos atávicos.


El repiqueteo de las campanas la sobresaltó a las ocho de la mañana. Se había quedado dormida en el banco del parque, la humedad le había empapado la ropa y el frío hizo que no atinara a encontrar la chaqueta dentro de la bolsa. El efecto del vodka terminaba de evaporarse con los primeros rayos de sol. Al incorporarse sintió un latigazo en mitad de la espalda, la noche le pasaba factura. Se arrastró hacia la estación de metro que le quedaba más cerca no sin antes entrar en un bar para tomarse un café y adecentarse en el baño. El hedor la abofeteó de tal forma que terminó de despertarse. Tenía hora en el salón y era mejor no llegar tarde, necesitaba una sesión después del zarandeo de los últimos meses, de modo que se arregló el maquillaje como pudo, sacudió la arena de la falda y se colocó bien el corsé.

Solo necesitó cruzar la puerta y oír el suave zumbido para detener los pellizcos en los muslos, el mordisqueo en los labios, la piel irascible. Respiró aliviada. Le dio un beso a Pit y el le devolvió una palmada en el trasero, Lau esperaba dentro. Viejas costumbres. Sonrió al verla entrar, se levantó a darle un abrazo y le lamió la boca ante la mirada atónita de un chico que había allí. 

¿Esta vez qué será, Silk? 
Enreda algo en el antebrazo, una trepadora, lo que quieras. 
¿Te vale una judía?

Asintió, confiaba ciegamente en Lau en lo que a su arte se refería. Tenía unas manos increíbles, dentro y fuera del salón de tatuajes. Preparó el material sobre la bandeja sin apartar la mirada de Silke. La primera cura va a mi cuenta, le sonrió, espérame a que termine el turno y te vienes a casa. Viejas costumbres. 

La vibración de la pistola, la mano enguantada sobre su piel, la tinta penetrando al tiempo que algún capilar sangraba, el dolor confortablemente familiar... No sabía si perdía la cordura por completo o la recuperaba de nuevo. Tardaría como mucho un par de horas, pero bastarían para apaciguar a sus demonios durante unas semanas.