dissabte, 20 d’octubre del 2012

Nada


Infinitas partículas de humedad se arremolinan alrededor de las farolas del paseo conteniendo la luz de las mismas, creando así una percepción esponjosa de la realidad.

La fragancia de la dama de noche invade la avenida. Es noche cerrada y solo me acompaña el sonido vacío de los tacones y el viento al estrellarse contra las hojas de los almeces en hilera. [Es curioso. Bajo los árboles se vive una realidad distinta, pasada. El tiempo se dilata]. Las gotas que aún resisten adheridas a las ramas resbalan lentamente con la brisa.
Freno en seco. Sobre la acera hay dibujada una flecha con tiza que señala a mi derecha. Miro en esa dirección y me sorprenden unos ojos melancólicos. Una figura permanece de pie en la acera contraria, siguiendo la dirección de la réplica de la flecha que se encuentra a mis pies. Devuelvo mi mirada al horizonte y sigo andando. Él hace lo mismo. Vamos en el mismo sentido. El ritmo se acompasa. De vez en cuando se cruza alguna mirada furtiva. La calle se estrecha y nos acercamos lentamente mientras ésta va a morir a una verja medio rota salida de sus goznes. Ambos nos detenemos delante, sin mirarnos siquiera, solo con el sutil roce del reverso de las manos. Me adentro yo primera en la maleza, él viene detrás. Los hierbajos se agarran a la ropa y arañan delicadamente la piel. Tras esquivar matorrales y zarzas llego a un espacio despejado con dos bancos encarados. Detrás de cada uno hay un inmenso sauce que arrastra sus ramas por el suelo. Cuando llega yo ya estoy sentada, mirando el espacio vacío que él ocupa al momento. Permanecemos allí, inmóviles, hasta el amanecer. Sin mediar palabra.


El parietal le palpitaba apoyada contra el reposa cabezas. Esa noche había llovido con intensidad bajo aquel paraguas. No podía pensar con claridad, ya lo haría mañana.