dissabte, 15 de desembre del 2012

La ciudad


Aúllan las calles de la ciudad escupiendo depredadores a la caza de una presa que acalle por un breve instante las voces del desengaño.

Hay un cierto hedor a podredumbre que se extiende sobre el asfalto a las cuatro de la madrugada y que se adhiere con sorprendente facilidad al caucho del neumático. Me asalta el recuerdo de una rueda de bicicleta pasando por encima de una mierda de perro en mitad de la acera porque el dueño no ha tenido a bien mancillar una de sus impolutas garras envolviéndola en una bolsa de plástico y recorrer los escasos cincuenta metros hasta el contenedor de la esquina. Las embestidas del viento zarandean el coche mientras éste se interna en un torbellino de hojas de plátano. Su rastro se ha instalado entretejido en la tapicería y me azota el juicio frente al semáforo que parpadea exhausto. Adoro que me atrapen sus matices mientras acelero en mitad de la avenida desierta que me ha de llevar a casa, provocan un hormigueo que recorre mi espalda al tiempo que una sonrisa brota entre los acordes de hey joe.

El mundo es un lugar caótico, fascinante, problemático, estimulante. Repleto de alimañas en busca de calor para aliviar los golpes de un invierno gélido e incierto. Y en ocasiones, si la suerte decide dejar de apostar en tu contra, colisionamos con espíritus deslumbrantes de roble y canela. Entonces el caos se vuelve más anárquico y confuso, una vorágine de letra cursiva de cuyo núcleo solo puede surgir la redención de los miserables, de los olvidados, de todo aquel que se sabe salmón y deja de buscar la comprensión en las almas plastificadas de rebajas con etiqueta inditex cuya única función es atraer al consumidor hacia el vacío.

En otro escenario, en otra noche, mi bestia rastrea su huella sin descanso hasta dar con él. Ronronea al ligero roce del hocico con su piel y se abandona a orillas del cuello de la camisa fantaseando entre gruñidos con su calor. Una mirada suya basta para adormecerla con la certeza de que el terciopelo no acabará. No en ese instante.
No hay lugar en mi mundo para sus corsés, ni para sus pautas, ni para sus sentencias, ni para su ceguera. Lo hay para ti, tus nieblas, tus girasoles, tus dientes, tu aliento, tu percepción.

I just quan havia decidit plorar-te un xic a diari per aíxi no ofegar la ciutat quan marxessis vas decidir estar-t'hi fins a fer-se de dia.

dimarts, 11 de desembre del 2012

Elle



Elle se detiene frente a la lavadora temblorosa que habita bajo el techado de carpintería metálica. Apenas cinco grados y la oscuridad retenida por la débil bombilla que parpadea dentro de la humedad es todo lo que allí se da cita. Lleva un fardo en los brazos, una manta, la que les cobijó alrededor de risas y océanos la pasada noche. Mira a ambos lados para cerciorarse de que nadie la observa y esconde la cabeza en el interior del edredón dejando que las notas de almizcle le laman las mejillas. Cierra los ojos para percibir el aroma en su totalidad y husmea el rastro entre los pliegues dejándose hechizar por cada matiz nuevo, por cada imagen que la aborda al tropezar con el tono salado de su sudor que somete sus sentidos hasta convertirla en un bassest hound. Cree distinguir el tacto de sus dientes en el terciopelo de un descosido y se ciñe el retal al pecho acariciándolo con ambas manos, del mismo modo que se aferraba a su piel entre el cuero y el algodón. Se aleja unos centímetros y advierte su media sonrisa en un espejismo sobre la superficie polvorienta del bote de detergente. Se le eriza la nuca. Resuelve meterla en la lavadora antes de que alguien repare en su ausencia, más que prolongada. Deja el ruido a sus espaldas y se acerca al lirio; demasiadas similitudes para analizar esta noche.  El recuerdo de sus brazos rodeándola al tiempo que danzaban el silencio de las calles de madrugada, sus ojos devolviéndole su mirada, dormirse en su aliento... 
Si se lo permite le desenredará las telarañas y le peinará los sentidos (como él ha hecho con ella) de camino al caos.

diumenge, 9 de desembre del 2012

Luna



Siento el frío en la punta de la nariz mientras contemplo las nubes de aliento desvanecerse entre resoplidos, los mismos que hacen mecerse al algarrobo que se erige enfrente mío. Pienso en tus miedos, en los míos. En nuestras aventuras; pasadas, presentes, futuras. Tan alejados de los pedazos de papel que enumeran, que clasifican, que ambos sabemos que limitan. Adoro tu expresión de aquiescencia cuando te pierdes en mis ojos, consintiendo, exponiendo. Te entretejes delicadamente a cada sonrisa sin apenas percibirlo, extendiéndote sin pretenderlo sobre la cotidianidad, above the billie's blue, inside the infinite sadness. Y sin querer te pienso y te evoco, te invoco en el terciopelo del château y en la intensidad de tu postre, y río y me despeino con las mejillas enrojecidas. Tus (elocuentes) silencios arrullan mi anhelo anclándome en el asiento entre mordiscos y suspiros. Zarandeas la cabeza dulcemente... y el otoño sabe a fresa, a whisky, a jimi hendrix, a coulant, a casiopea.
Tsssss, vamos a leer historias de mafiosos bajo la manta mientras el gélido frío azota las ventanas.

dijous, 6 de desembre del 2012

Tinte




El otoño había empezado a mudar ese abrigo de paño mojado que limitaba sus movimientos. Todo a su alrededor se teñía delicadamente de ocre y malva, un fluido de textura sedosa que se deslizaba cadencioso hasta ese rincón en el que retenía su locura con recelo.


Se sienta en una de las piedras que adornan el paseo escondida tras la bufanda y el gorro de lana analizando las prisas ajenas. Los primeros acordes de Woman de Wolfmother la arrancan de la realidad del frío que arremete en la calle y la envuelven en bergamota transportándola al refugio de ojos indiscretos. Sonríe y se mordisquea el labio recordando la intensidad de su sabor fundiéndose sobre la piel, delicados matices de ron  añejo y madera de olmo. Una sola mirada suya le basta para lamer el delirio sin moderación. Se retuerce al evocar su olor, que custodia en las manos horas después de acariciarle el cabello y un ligero gemido queda suspendido ante sus ojos entornados, puede sentir sus manos serpenteando por la espalda. La acidez de un hammond la devuelve a la rambla y sus luces, le resulta imposible resistirse al swing que se escabulle por entre las bisagras de la puerta del estanco y que la zarandea mientras sigue el ritmo camino del pequeño negocio. Ríe. El invierno se ofrece cálido y precioso.