diumenge, 18 de novembre del 2012

Hilvanado


Deshojar margaritas, un acto perverso que ha quedado grabado en el ideario de jóvenes comercialmente apasionadas. Aunque vintage es demasiado vulgar para los tiempos que corren. E inútil...


Resulta complicado enhebrar el hilo cuando las lágrimas encharcan los ojos cansados de Susan. Después de meses de trabajo, horas invertidas en esbozar cada uno de los remiendos necesarios y alguna que otra noche en vela el final se acerca de forma precipitada. En ocasiones los juguetes, en manos inexpertas o insensatas, tienden a la fragilidad y se rompen al menor descuido. Su labor era arreglarlos, su deseo mejorarlos. Este muñeco en particular suponía un gran desafío. Jamás había llegado a su taller uno tan desbaratado: había perdido ambos ojos, le habían mordisqueado la cola, el interior, rancio, se le escapaba por lo que podría ser el ombligo, le habían arrancado un pie y restos de tinte gris salpicaban todo el pelaje. 

Antes de todo debió decidir el color que asignaría a aquellas pequeñas escamas sedosas y para ello tuvo que recorrer media ciudad hasta dar con una antigua tienda cercana al mercado en el que compraba los rebozuelos anaranjados que tanto le gustaban en la temporada de setas. Herminia, así se llamaba la dueña de la mercería, pasaba los setenta y recibía a sus clientas con una sonrisa cálida que empañaba los cristales de las gafas. Solo necesitó que Susan le describiera a la bestia en cuestión, se internó tras la cortina que daba al almacén y salió con una caja de madera. En ella había retales, hilos, botones, felpa, ovillos de lana y cintas de raso, todo ello en el sinfín de colores que existen en el espectro del rojo al naranja (con algún matiz amarillo). Es mi caja azafrán, creo que te servirá, dijo con un gesto cómplice. Después de mucho discutir logró que le cobrara más de lo que pedía. Se sentó en una terraza a un par de calles de su casa a tomar un zumo de fresa y naranja mientras observaba la caja con los ojos entornados. Podría utilizar la mayor parte de lo que contenía. El relleno fue relativamente sencillo, consiguió con un ligero zurcido que quedara bien sujeto. Recomponer la cola fue más complicado, prácticamente tuvo que hacerla entera cosa que le costó varios días de trabajo. Lo mismo ocurrió con el pie, que se negaba a parecerse al resto. Para los ojos usó cuatro botones, dos grandes de un tono musgo precioso y dos pequeños azul cielo con un ligero matiz violeta. Cuando hubo terminado pudo teñirlo del color azafrán que le correspondía.

Echa la cabeza atrás con la intención de que se retiren y se queden en su rincón para siempre. Una vez recuperada la visión borda con hilo dorado un pequeño dibujo, su firma, en la base de la cola. Años dedicados a esta tarea y aún no entiende la sensación de soledad que queda alojada en la estancia cuando la dueña, o el dueño, cierra la puerta tras de sí con su juguete en brazos. Siente que se llevan consigo un pedazo de ella que, probablemente, cosería sin darse cuenta. Es la única explicación.


Y se abalanza el silencio sobre su caza anudándole el suspiro y asfixiando cualquier esperanza.
Y se abalanza la ausencia sobre su presa quebrando el ancla.