dilluns, 15 d’octubre del 2012

Siempre sale el sol. Siempre.

And I'm still waiting for the rain to fall...



Dejó la puerta entreabierta para que una fina hebra de la luz amarillenta del pasillo se adentrase en la habitación, confiando en que ello bastara para desalentar a las bestias. Andó la decena de pasos descalza hasta el descansillo y allí se puso los zapatos apoyándose en el pasamanos de madera. Llegaron a la comisura de su sonrisa las primeras lágrimas. Se puede llorar de rabia y alegría a la vez, increíble pero cierto.

Amanecía cuando el primer tacón imprimió su sonido hueco en el adoquinado. El casco antiguo se despierta envuelto entre castaños, cedros y ginkos que danzan al son que susurra el viento, las adelfas se agarran a las faldas y los bajos de los abrigos y el sol intenta por todos los medios calentar el asfalto. Jane cogió el camino largo de vuelta a casa, el que cruza los jardines de una celebridad burguesa y en cuyo centro hay un círculo de bancos de piedra al amparo de unos madroños. Cogió un par de frutos rojos y, a diminutos mordiscos, los fue masticando mientras se perdía entre los cedros, los cipreses, los abetos... el sonido del cortacésped desquiciaba pero valía la pena, el olor a césped recién cortado la transportaba a los veranos de montaña y piscina. Alegría y dolor siempre de la mano. Se descalzó y metió los pies en la fuente, el agua estaba helada, pero de este modo tenía la excusa perfecta para tomarse un café con leche ardiendo, se lo había merecido. Hacía frío en la calle y todos los trajeados se resguardaban en el interior de la cafetería, así que pudo escoger el mejor sitio de la terraza. Las ocho en punto, era la hora. De la ventana del primer piso del edificio de enfrente, la escuela municipal de música, empezó a derramarse muro abajo, reptando por entre coches y transeúntes, el Impromtus Nº 4 op 66 de Chopin hasta impactar contra su piel. La vida se detuvo, en su totalidad, excepto esos dedos vertiginosos que golpeaban contra su sien con cada nota. Solo cuando hubo terminado la pieza pudo volver a respirar, suerte de un soplo de aire que por allí pasaba. Una cabeza se asomó tras el cristal e hizo un gesto. Ella respondió y le lanzó un beso con la mano. No se conocían, pero el ritual se repetía desde hacía tres o cuatro meses cada miércoles. Y entonces fue el turno de Gnossienne nº 1 y nº 4 de Satie.

Entró en casa con sigilo, descalzada otra vez, intentando que la perra no armara mucho jaleo. No respiraba, suspiraba entornando los ojos, y se deslizó como pudo hasta su cuarto sin hacer ruido. Se desnudó frente al espejo como hacía siempre, intentando escudriñar lo que otras miradas advertían. Dejó el vestido negro, la perdición como él lo llamaba, sobre el montón de ropa de la silla y se vistió con unos pantalones de pijama desgastados y una camiseta ancha violeta. No se había dado cuenta hasta ese momento de la caja de cartón que alguien había colocado sobre su cama. La abrió con la ayuda de la navaja que habitaba bajo su almohada y dejó escapar una carcajada que ahogó rápido con ambas manos al descubrir el contenido. Nada de flores, ni de bombones, ni perfumes, ni joyas, no era su estilo. Allí había agrupadas sensaciones, aromas, emociones y una cajita de música envuelta en un retal de lino. En él se leía: "Que mis ojos sean los tuyos, que mi voz te acompañe como tantas veces lo hizo la tuya y que nuestro tacto...". La caja era todo engranaje y una delicada manivela. La hizo girar suavemente y un sonido metálico inundó la estancia. No podía ser otra, siempre adoró los musicales y Rent tenía algo especial que no alcanzaba a entender. Colocó la caja al lado del elefante gris que velaba su sueño y se enfundó bajo las sábanas. Las camas individuales se calientan rápido.

... so take care what you ask of me cause I can't say no.