dimecres, 24 d’octubre del 2012

Macarons avec moi


Je suis (flamme) Violette...


La repostería no acepta urgencias y eso es lo que más le gusta. En la puerta de madera, ocupando el hueco que ha dejado el delantal que en algún momento fue blanco, cuelga prisas e incertidumbres. Esta noche tiene la vez una receta que hace semanas que la persigue. 
Olvidó sacar de la nevera las claras de huevo antes de irse al trabajo así que mientras se atemperan decide darse un baño caliente con su pez preferido. La casa inicia su letargo cuando las varillas ronronean suavemente acompañadas de la voz de Compay Segundo. El tiempo que precisan las claras para montar a punto de nieve suele dilatarse hasta el exceso pero es necesario resistir a la tentación de terminar demasiado pronto. Una de las muchas enseñanzas de la cocina. Añade el azúcar y mientras éste se integra observa el envase sin empezar de esencia de violeta. No ha querido estrenar nada aún, pero ahora la ocasión lo requiere. El líquido gotea con delicadeza sobre la mezcla y desaparece rápidamente al entrar en contacto con ella. El aroma invade la cocina y aparece un campo de violetas espolvoreado con un sol de media tarde sobre la encimera. Agita la cabeza para deshacerse de anhelos que la anclan y deja resbalar el colorante lila wilton para añadir después el rosa. El volcado sobre la almendra y el azúcar glass es meticuloso. Sonríe al imaginar su rostro sorprendido. Se ayuda de una espátula para finalizar el proceso. Suena chan chan. El cuerpo responde al estímulo (siempre lo hace) y baila por la cocina con la manga pastelera en la mano izquierda y el tarro de las boquillas en la derecha a modo de maracas. La superficie de silicona fue una buena inversión, la chica de la tienda le regala un comentario burlón cada vez que la ve entrar por la puerta. Dos horas y media dan para mucho. Para preparar un ganaché de chocolate con la tableta que le trajo su abuela de Santillana del Mar de 75% con la nata que aún quedaba de aquella cena. Un relámpago le cruza la mente. Su mano temblorosa al subir las escaleras, su océano contemplándola mientras describe círculos, las miradas huidizas entre verduras, Etta James, sonrisas escondidas en bolsillos ajenos, el aroma impregnando el algodón. Recupera las bolsas de plástico del fondo de la caja, rebusca entre los pinceles al encuentro de las cintas satinadas y abre cinco cajones antes de dar con las tarjetas malvas. Musita Le Festin en un francés inventado concentrada en algo sin importancia. Garabatea en la libreta negra. Mira el reloj, faltan unos treinta minutos, así que aprovecha que la casa está en calma y se asila en su cuarto. Se desliza bajo las sábanas y se deshace de los pantalones del pijama. Cuando cierra los ojos invoca otros cuerpos, otros labios, otras manos. Al principio lo logra. Pero es cuando su respiración se agita generando pequeños rugidos, llegada al punto sin retorno, que surge de entre la bruma oliendo a sal y susurrando su nombre. No le quedan fuerzas para pelear de modo que se abandona al estallido arqueando la espalda y conteniendo un aullido. La cama protesta. Pasados unos segundos se aparta el cabello de la cara, ya deben haberse secado completamente. Un golpe de calor en el horno y la planta baja en su totalidad murmura violeta. A través de las ventanas cerradas percibe el sedoso tañido de las campanas de la iglesia. Es medianoche. 


Laissez moi vous émerveiller