dissabte, 29 de setembre del 2012

Cliffs of Moher



La geometría invade cada instante... este es redondo, sin aristas, completamente liso.


Sonaba "never let me go" de Florence + the machine, no hacía 24 horas que había comprado el cd. Detuve el coche en el lateral de la carretera, en mitad del polígono, en mitad de la noche, incapaz de seguir conduciendo hasta casa. Había acumulado el llanto de dos semanas, dos largas, horribles y absurdas semanas que carecían de sentido, puesto que ni en el trabajo, ni en casa, ni en ningún sitio debía desplomarme. Pero estaba sola, no llegaba tarde a ningún sitio y lo necesitaba. Deseaba que cada lágrima vaciara toda aquella podredumbre que se había enquistado en mi interior, que arrancara, que extirpara, que todo desapareciera. La debilidad y la corrupción van de la mano en algunas ocasiones.

Irlanda es preciosa en cualquier época del año, no hay verde más intenso, ni arco iris mayor, incluso el viento es distinto. Allí es donde ahora me encuentro, en la linde de una pequeña porción de los Cliffs of Moher. El aire sacude y despeina, tengo el estómago encogido por el vértigo y una de esas sonrisas nerviosas llenas de pavor. Todas las lecciones de física y la experiencia se agolpan en mi cabeza vociferando para impedir que cometa una temeridad, pero desde el corazón, de donde nace la poesía, surge una melodía hameliniana que susurra entrecortada y jura que la corriente me sujetará hasta la orilla, 120 metros más abajo. Ya nada importa, porque en realidad ya estoy suspendida sobre la nada, solo queda apretar los dientes y disfrutar de la caída porque, no nos engañemos, el viento no tomará esa decisión.

Jamás te acostumbras a la vida de púgil, al vapuleo constante, a caer y volver a levantarte una y otra vez, sin descanso. Algunos de mis compañeras se sienten afortunados, dicen que es gracias a nosotros que el boxeador alcanza la excelencia, pero a mi me parece un consuelo reflejo. Es el momento de cambiar de profesión, el agotamiento se ha hecho hábito y el hartazgo compañero de cama. Llevar incrustada la obligación de perder es extenuante.


divendres, 28 de setembre del 2012

Nebulosa de azafrán


Cuando mejor se observan los cuerpos celestes es de noche. Se desnudan, se exhiben con cierta impudicia ante cualquier ojo curioso.

En una de esas noches descubrí al chico constelación. Nacido de una nebulosa con aroma a azafrán se camufla entre los humanos con mucha pericia, se pasea, vive como ellos, o lo intenta, es difícil encajar en un mundo que apesta a podredumbre y etiqueta. Por suerte el instante que compartimos olía a pino y encina, a tierra, a escalas sinfónicas y a piel de verano. Nunca sabré porqué me reveló su identidad secreta, aunque en realidad no me interesa en absoluto. Pero desde que sé que Casiopea custodia su sentimiento y su perplejidad el mundo es un lugar ligeramente más hermoso.

La elasticidad del tiempo me fascina...


dimecres, 26 de setembre del 2012

Despertar o volver



El canto del gallo dio inicio a la pesadumbre tras el verano más caluroso jamás acontecido. 

Todo se ha vuelto enorme desde entonces. Los coches llevan a cuestas cunetas de terciopelo y dientes, los elefantes se mofan de su cándida estupidez, el metal hecho melodía apuñala cada una de sus lágrimas, el escenario amenaza con devorarla en un renuncio, todos los sueños...

No lo entiendo, se repite permitiendo que el viento la abofetee con fuerza.
No lo entiendo.
No lo entiendo...

Viejas costumbres, viejos amigos, siempre expectantes.

Pasea del brazo de un gendarme atenta al cielo y sus falsos pájaros. Se dejó la mano en un avión y puede que nunca la recupere. Pero sonríe, aunque le pese la ausencia, aunque el espacio y el tiempo la desconcierten, aunque le duela el pecho, aunque se le desgasten los dientes y los labios.

Estuvo cerca, nena, sigue jugando. (Quizá mañana, hoy me siento agotada)