dilluns, 19 de novembre del 2012

Mmm... Trini...



Si tuviera que describir a Trini con una palabra sin duda sería deliciosa. Es un suspiro entre la multitud, prácticamente imperceptible en ese océano inmenso que es un cruce en el centro de la ciudad. 
La conocí a sabiendas sin saber, esa magia que nos liga a personas con las que apenas hemos compartidos más de cinco horas y quedan talladas en el esternón, convirtiéndose en mi diminuto oráculo de bolsillo.
Trini no siente, explota en mil destellos de los que en ocasiones más vale resguardarse. Pero es justo en el ojo del huracán que se torna terciopelo, un ronroneo sosegado y tembloroso que se asusta de las sombras del exterior, las mismas que no han sido amables con ella. Y es debido a esto que es fuerte.

Trini... recordar el sabor de su piel me produce un suave cosquilleo en la nuca, y es que el día que descubrí su sexualidad, y también la mía, todo cambió sin alterar nada. 
Aquella noche había empezado con una cena de veinte en vísperas de navidad. Todo transcurrió con normalidad, risas, canciones versionadas y fotos haciendo el ridículo. Sea como fuere todos habían decidido ir a bailar excepto nosotros tres: Trini, el chico constelación y yo. A una servidora le pierde la boca, un defecto como otro cualquiera, y ya había estado flirteando con la idea (y la pareja) sobre la posibilidad de terminar la noche en mi casa. El tercer mojito hizo las presentaciones pertinentes. A los pocos segundos de desprendernos de los abrigos y sentarnos en el sofá la mano de él me acariciaba el muslo mientras me susurraba al oído que había traído un par de cintas rojas; yo le besaba el cuello a ella. No me resultó complicado hacerles subir a mi dormitorio. Trini se tendió sobre la cama y sin previa sincronía el chico y yo la desnudamos al tiempo que acariciábamos y recorríamos su cuerpo con los labios y algún mordisco que no lograba contener. Bésale, me dijo, quiero veros. Me acerqué a él. Resultaban tan distintos. Miré de reojo y ella se acomodó en el sillón. Le tendí la mano mientras sentía como la lengua de él descendía por mi espalda y se detenía en la cintura pero la rechazó. Quiero veros, repitió. No puedo describir la sensación que me produjo ver a Trini con la mano derecha bajo las braguitas de algodón mordiéndose el labio mientras el reflejo del espejo del armario me devolvía la imagen del chico constelación sujetándome las caderas y gimiendo, todo ello al tiempo que la habitación se inundaba de almizcle y nuestras voces anunciaban un orgamos colectivo.

Nos despedimos a media mañana, tras el café con leche y unos croissants recién hechos. La casa quedó desierta aunque las sábanas me recordaron sus sabores durante horas.
A los dos días nos reencontramos en la oficina. Un par de guiños y aquello quedaba oficialmente zanjado, aunque no muy alejado, siempre podíamos recurrir a esa noche en momentos de soledad.