divendres, 12 d’octubre del 2012

Violeta


Cuando te han llamado puta a los diez años poco importa que lo hagan a los veinte. Y el monstruo de su infancia, que luego intentaría restablecer el vínculo paterno-filial, lo había hecho en tantas ocasiones que ya carecía de sentido. Pero seguía doliendo.

Es sencillo mirar a los ojos de alguien y descubrir en ellos lo que la boca esconde. No le costaba nada descifrar los reproches, esa taimada indiferencia que le escupía zorra a la cara cada vez que esquivaba su mirada.
Conocía el desdén, el veredicto en los silencios y la incomodidad en la cercanía, pero no alcanzaba a entender el motivo. A sus ojos debía ser una mujer despreciable, sin escrúpulos y llevada por la lujuria. Cuán equivocado estaba... Aunque aquel precipicio entre ellos lo había impuesto él mucho antes de que el huracán arrancara la estructura de sus cimientos.
Solo hubo una ocasión en que se liberó. Quizá fue la ginebra o la música a un volumen despiadado, sea como fuere él le confesó su admiración, le regaló decenas de halagos y la abrazó con ternura. Incluso le dijo que la quería.
Violeta se ilusionaba con facilidad de modo que percibió una puerta abierta donde no la había, ya que al cruzar el impacto con la madera le partió la nariz. Después de aquello resolvió que la pieza que no encajaba era ese instante de verborrea. Ya no le importaba lo más mínimo. La conexión era inexistente.
Pero la inconstancia y la leve incoherencia que habitaba su día a día le provocaba episodios de amnesia que la impulsaban a situaciones ridículas. De un modo inconsciente se aproximaba con cautela para retroceder ante sus respuestas huecas, hasta que un día apareció una pequeña abertura.

Dos cafés con leche para llevar y la perspectiva de una tarde incómoda. Se dirigieron a los jardines que habían abierto al público hacía pocos meses, justo enfrente de la plaza, y buscaron un rincón apacible a la sombra de uno de los muchos pinos que custodiaban la zona. Una vez agotadas las trivialidades de rigor ella le pidió que la mirara a los ojos y le azuzó: ¿Por qué no te gusto? ¿Acaso me odias?. El líquido cayó al suelo en mitad de una sinfonía de toses, noes, suspiros y perdones. Violeta le miraba con asombro, jamás le había visto ponerse nervioso, al menos no delante de ella. El silencio, únicamente roto por el goteo de las fuentes, los sumió en un duelo de miradas de la que ella salió victoriosa.
No la odiaba, pero no la quería cerca. Se sintió afligida ante aquella muestra de lo que ella interpretaba como desprecio.Él matizó al ver su cara descompuesta. Le resultaba demasiado difícil, no se sentía capaz. Empezaba a entender de qué iba todo aquello, así que hizo la pregunta apropiada: ¿Sientes lo que me dijiste la noche que...?. Rápido y sin levantar la vista del suelo le profirió un sí, sin vacilar siquiera.
Violeta se había sentido muy triste, y se emocionó con mayor facilidad. Dispuso sus manos alrededor de su cara y la alzó para contemplar sus ojos verde azulados. Ni rastro de los insultos ni de las críticas odiosa. Ya no evitaba su mirada. Al contrario que con el resto del mundo a él era más fácil descifrarle los latidos cuando cerraba los ojos y se dejaba llevar.