dimarts, 9 d’octubre del 2012

Paso 1: El Big Bang



Caer y levantarse. 

Era una manera simple, aunque contundente, de definir su vida. Constantemente se encontraba con la nariz pegada al suelo y la camiseta manchada de sangre. Las intermitentes visitas al hospital y la incoherencia de sus versiones habrían hecho sospechar a cualquiera que se hubiera atrevido a ver más allá de su metro noventa y sus cien kilos. 

Le conocí en una tienda de música. Buscaba un violín nuevo para mi hermana, un Amati del que hablaba hacía meses, cuando el sonido dulce y metálico de un oboe captó toda mi atención. Más adelante sabría que tocaba una pieza de Mozart, el Oboe Concerto en C. Me senté en el taburete de una de las baterías que había detrás de él y me limité a escucharle. Ese chico estaba convirtiendo una aburrida tarde de compras en una experiencia mágica y maravillosa. Terminó y me descubrí aplaudiéndole, no podía dejar de sonreír. Se sonrojó y me dio las gracias. Le invité a tomar un café y, tras insistir un par de veces, aceptó. Fuimos a una pequeña cafetería que había en la esquina de esa misma calle y, entre el aroma del café y la repostería recién hecha, le hice un tercer grado. Quería saberlo todo, necesitaba conocer su historia. Curiosamente él no puso objeción, todo lo contrario, me habló de su fijación desde pequeño con los instrumentos de viento, su adolescencia escuchando a Coltrane y a Parker, a Amstrong y a Davis, su aprendizaje y lo poco comprensivos que habían sido sus padres con esa necesidad visceral de tocar. Había oscurecido hacía horas y ambos empezábamos a tener hambre. Esa noche tocaban unos amigos en un parque no muy lejos de allí, me dijo, y sería divertido. Acepté sin pensarlo, aunque antes nos acercaríamos a un garito donde hacían los mejores bocadillos de la ciudad. Feta con aguacate y brie con rúcula. Una mitad para cada uno.
Dispuse la manta sobre el césped mientras él saludaba a sus amigos. Nos acomodamos y seguimos la conversación hasta que empezó la música. En cada pausa él me indicaba qué pieza habían tocado, me recordaba el nombre del saxo, de la contrabajo, del pianista, de la trompetista, y se interesaba por si me gustaba más o menos lo que oíamos. En mitad del concierto uno de ellos le hizo subir al escenario e interpretaron Raphsody in blue de Greshwin. Se me erizó la espalda al despertar las primeras notas. Adoro esa canción.
Terminó el concierto y tras despedirnos del grupo andamos un buen rato hasta llegar a una zona de juegos. Nos sentamos en los columpios y divagamos sobre los problemas de la sociedad.
Me despertó el sol despuntando sobre la fuente. Dolía. Yo estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la valla de madera y él estirado cuan largo era con la cabeza sobre en mis piernas. Rebusqué en mi bolso al encuentro de las gafas de sol. Le acaricié suavemente la barbilla rasposa hasta conseguir despertarle. Necesitábamos un café con leche y unos mini croissanes de chocolate con urgencia, así que nos dirigimos a la mejor panadería del centro.


2 comentaris:

Drew ha dit...

Que bonic. Es tan dolç, tant com el croisant de xocolata.

Suzie Jane ha dit...

Si és dolç. Ja l'aniràs coneixent ;)