dijous, 7 de novembre del 2013

Tic-tac


La vida, la gente, las prisas, los trenes se precipitan ferozmente, se vierten sobre la tarde que mece los árboles de los paseos. A través del cristal la realidad queda pautada, se desprende con suavidad del molde hasta dar con el adoquín, decenas de calcos colisionan en el aire con brusquedad.

¿Y si hoy todo terminara? Si mañana fuera el último día, si tu futuro quedara reducido a varias horas. Sin holocausto, sin apocalipsis, sin más aviso que aquella sospecha irracional de que ocurrirá. Solo tú.

¿Qué comida elegiría para despedirme? Puede que los spaguettis con almejas de aquel restaurante que hacía esquina en la calle Florida, quizá sushi hasta reventar. Puede que un concierto de tapas entre las que no faltara el hummus que probé en el rincón de Bruselas y la sublime sea food chowder de cada uno de los pubs irlandeses de los que me enamoré.

¿Qué vestiría? Ropa cómoda, no nos vayamos a engañar. Los pantalones domyos que uso para estar por casa, una camiseta raída, la camisa de mi abuelo y un moño. Sin ropa interior.

No me separaría de mi vástago, lo es todo para mí. Ha llegado a eclipsar al mundo sin ahogarlo del todo. Tanto me quedaría por decirle, nada que quepa en mil horas, ni en mil hojas, ni en mil fotos.

Me quedaría mucho por hacer.

No he leído Así habló Zaratustra. No he terminado El cerebro nos engaña. Y qué hay de retomar a Saramago, a Cortázar... beber del gran Borges, descifrar más a Bolaño, soñar una y otra vez con Márquez y Allende. No he hecho ninguna vía ferrata. Hace años que no escalo. Una última carrera a caballo, Newman si puedo escoger. Interpretar a Gertrudis y emocionar al público. Cantar la canción de Olympia en una estación. Tocar el violín. Aspirar el arte callejero de Berlín. Soñar Viena. Llorar (otra vez) en los Cliffs of Moher. Darle la mano a San Nicolás en Finlandia. Rastrear el tacto de Björk en Islandia.

Pero si mañana acabara todo no soy capaz de ir más allá de mi cercanía. Solo puedo pensar en cada una de las personas a las que amo. Y sin poder ver a más de un par de ellas les haría saber hasta qué punto son importantes. Son personas fantásticas y maravillosas. Son un mundo mágico entre tanta suciedad.

Y si me arrepiento es, efectivamente, de todo aquello que no he hecho. De esos miedos que me han paralizado, que me han sometido a lo largo de tantos años. Odiaré haber desperdiciado tanto tiempo trabajando en cosas que no me han interesado pudiendo dedicarlo a lo que me enriqueciera, pero no podemos olvidar las reglas del juego.

Si muero lo haré sin saber a qué destinar mis horas de la forma convencional y es que, lo mire como lo mire, no logro definirme con el cargo que ostento según mi nómina. Consagraría mi vida entera a aprender, a desgranar los misterios, a descubrir nuevas formas de entender la vida. Quedaría inmersa en las redes de la filosofía, de la historia, de la biología, de la neurociencia, de la sociología, de la antropología, de la química y mucho más. Y todo con la finalidad de que el conocimiento acabe de derribar las murallas de la imposición y den libertad a la percepción.

Y al fin del día acurrucarme en la cama que monté en 5 horas junto a mi universo y olerle hasta que el mundo desapareciera.

Se nos antoja absurdo pensar que mañana vamos a morir, no hay motivo para creer lo contrario, pero esta pequeña reflexión, bien entendida, nos desviste de accesorios futiles dejando a la vista lo único que importa realmente. Vivir el día como si fuera el último es esto.