diumenge, 3 de novembre del 2013

1ª parte



"Yo me habría decidido por otra clase de azulejos" se dice Jane mientras el jabón se precipita por las caderas hasta dar con el charco que engorda a cada segundo y amenaza con joder el parquet. Canturrea un estribillo sosegado que se le ha quedado pegado en los labios. Se sacude el vaho frente al espejo, peinándose, repasando cardenales y mordeduras, observando de reojo la silueta desnuda sobre la cama que se cuela a través de la puerta que ha quedado entreabierta. La sábana enmarañada apenas le cubre una pierna y parte del trasero, tostado tras largas jornadas en esa cala nudista que tanto le gusta. Entra sigilosa en el cuarto y se detiene ante la ventana, sintiendo la brisa a cada exhalación entremezclándose con el almizcle que se resiste a desalojar la habitación. Apenas se percibe el murmullo de las cortinas. 
En ocasiones debe permitirse al destino tomar sus decisiones.


***

Llevaban un par de cervezas cuando Bruno puso unas llaves sobre la mesa: el próximo fin de semana desaparezco, tú sabrás qué haces. Los ojos se le abrieron ante un mundo de posibilidades. Era miércoles y brindaron con vodka polaco. Pasadas varias horas contemplaban, evaluando de 1 al 5, a los transeúntes del paseo marítimo. La mano, ligeramente entumecida, les devolvía a la vileza hecha ciudad con ternura. Engullían los fideos japoneses de forma salvaje, todo un desafío titánico debido a los espasmos de las carcajadas y el dolor de los tatuajes que al fin se habían hecho: él una fresa y ella una plátano. Se incorporó, le asestó un beso que lo dejó sin aliento y se alejó mientras el espectáculo obligaba a los presentes a girar la cabeza. El tintineo de las llaves en el bolsillo derecho la acompañó hasta a casa convirtiéndose en la banda sonora de su fantasía. Tenía dónde, tenía cuándo, ahora debía ir a por el quién.

A Jane le gustaba terminar la semana con una buena sesión de agotamiento, lo necesitaba, de modo que los viernes era su día preferido para escaparse al rocódromo. Y como solía ocurrir encontraba pasatiempos dentro del propio ocio. Le encantaba sentarse y demorarse en ponerse los gatos para así poder disfrutar aquellos cuerpos encaramados a la pared. En especial había dos, Luna y Álex. Era una recién llegada cuando ambos la acogieron y tuvieron la paciencia suficiente para enseñarle todo lo que ahora sabía. Se habían convertido en buenos amigos aunque nunca se vieran fuera de aquel espacio de resina. Había coincidido con Luna en la ducha un par de veces, habían llegado incluso a ducharse juntas, y Jane hacía grandes esfuerzos para evitar olisquearle la espalda. Álex, en cambio, era más directo y había logrado en un par de ocasiones que se quedaran solos en los vestuarios al cierre. No había terminado de encajar el zapato en el pie derecho que ella se sentó a su lado y le dijo:

- Hoy estás radiante, ¿algo interesante en lontananza?
- Lo cierto es que un amigo me presta su casa el próximo fin de semana.
- ¡Fiesta!
- Estaba pensando en algo más íntimo...
- ¿Cena y postre? jajajajaja.
- Quizá... ¿te apuntarías?
- Claro, ¿cuántos?
- Había pensado... tú y yo.
- ¿Solas?
- Si te incomoda podemos invitar a Álex. O a alguien más, un amigo... una amiga.
- Esos días estaré fuera, lo siento.
- Entiendo, espero no haberte molestado
- ¿A mi? No, para nada, de hecho pensaba... ¿nos duchamos luego?

Se levantó y desapareció sin esperar respuesta. No acababa de saber cómo interpretar aquello. Fue una tarde muy larga entre sietes escurridizos y la posibilidad de encontrarse con Luna.

Resultó que su sudor sabía tal y como Jane había imaginado. Habían esperado a que todas se fueran para entrar en la última cabina. Se abalanzaron una encima de la otra, devorándose el deseo, aunque Luna era previsora y había dejado un pedazo de cuerda sobre el brazo de la ducha de modo que en cuanto entraron le levantó los brazos a Jane, la empujó con su cuerpo contra la pared y le ató las manos suavemente. Siseó para callarla y encendió el agua caliente. Lentamente fue resbalando bebiéndole el sudor diluído sin detenerse apenas. Le fue imposible no lanzar un gemido sorprendido cuando sintió su lengua adentrándose con ligera brusquedad. Las ataduras la molestaban pero cualquier intento de zafarse resultaba inútil. Las piernas empezaron a flojearle y no dejaba de retorcerse, Luna le clavó los dedos en las nalgas y la agarró tan fuerte que un grito ahogado quedó flotando sobre ellas unos instantes. Aprovechó para morderle la cara interna del muslo izquierdo. Aquello la excitó tanto que en cuanto volvió a sentir su aliento antedeciendo a sus labios se corrió en mitad de un diós ateo. Acabado el fingido forcejeo Luna se incorporó y se lamieron mientras le desataba las muñecas. Nos vemos la semana que viene fue lo último que le dijo. Cuando logró salir de la ducha, un par de minutos después, ya había vuelto a desaparecer.

Oscurece tan pronto en invierno que solo el viento gélido es capaz de arrancar los retales de melancolía que se aferran al bajo del abrigo. De camino a casa el tacón de madera de las botas pauta el rimo de sus pensamientos y se triplica a la entrada del callejón en el que vive. Antes de meter la llave en la cerradura los perros ya  han pegado sus hocicos al quicio olfateándola con desespero. El calor del hogar siempre es un duro revés. Su inspiración en realidad.

¡Mamá! Llegas tarde. Ya está todo listo, ¿vienes?

Un abrazo con sabor a pan recién hecho. Un beso de zumo de mandarina. Esta noche toca maratón Harry Potter.