diumenge, 18 d’agost del 2013

Welcome to the jungle



Convergen infinitud de fragancias en una noche cualquiera de la costa catalana, seduciéndote como si de cien brazos que te agarran la ropa e intentan arrancarte los bolsillos (y parte del alma) se tratara.

Tropiezo con cuerpos esculturales a cada metro: camisas de moda, faldas diminutas, vestidos enguantados. Productos de gimnasio y vitamina, de dieta y revista. Un canto a la simetría, un gozo para los sentidos aunque el sonido hueco de los tacones ensordezca el apetito. Los adoquines resisten al tedio del fin de semana devolviendo rechazo y desperdicios al tiempo que nos acercamos al bullicio del local. El armario ropero de la entrada ni tan siquiera me mira mientras paso a su lado. Su única preocupación es que uno de mis acompañantes no se quite la camisa para dejar a la vista unos hombros asombrosamente bonitos. En el podio una muchacha de movimientos opacos que vive otra realidad ajena a los impactos de la música capta la burla de los allí presentes que la convierten en diana de su frustración y falta de talento. Manos que sujetan otras manos, que voltean, que blanden copas, que acarician traseros, que retiran sudores, que sacuden y hablan, que no covencen.

Duele oírles hablar con desprecio de ellas. Suplican pasión de azulejo o alfombrilla segundos después de escupir prejuicios crueles. Me sorprende la gratuidad de su frívolo esquema, la hipocresía de su ética que nos convierte a todas en putas, exigiéndonos pasados pulcros y formas de ramera. 

El espejo devuelve vergüenza y arrepentimiento, patrones encorsetados que hacen que se te corra el rimmel, lágrimas de silicona y culpa de juguete, en realidad.

La ficción de serie B se termina al sentir la arena bajo los pies. El coche devora la línea discontinua. Un abrazo y dos besos sin duda, una mirada vacilante.

El parpadeo blanco me devuelve a la madrugada. Nunca es tarde si la dicha es buena... y una mierda.