divendres, 16 d’agost del 2013

Todo lo que no dije, iste, imos.



Sentada frente al portátil, bajo un sol hiriente y rodeada del crujir de agua y plástico intento enlazar los diminutos esquemas que han ido generándose estas últimas semanas entorno al silencio. No tengo al alcance la canción que debe inspirar este texto "How can I tell you" de Cat Stevens y es ahora que sonrío debido a esta coincidencia.
 

La epifanía se produjo al inicio de las vacaciones, justo en el instante en que todo un capítulo de mi pasado quedaba zanjado tras una comida amistosa e irónicamente cómoda. Quedaban un par de cientos de kilómetros hasta llegar a casa y el coche ronroneaba agradecido. Fue escuchando a Etta James (cómo no) que reparé en su gesto, en la familiaridad de su abrazo, en la complicidad de su mirar, y en aquel vacío entre el abrir y cerrar de boca. Tanto alardear de sinceridad y llegado el momento cien pretextos se anteponían al nirvana afectivo. Menuda mierda. Aunque quizá no fuera necesario articular palabra, seis años es mucho tiempo, demasiado, para todo y para nada.
 

Reconciliarnos con los demás, o aún peor, con nosotr@s mism@s se nos hace un triathlon. Lamentar lo ocurrido no supone un problema, sabemos de sobras que no es un signo de debilidad como nos han hecho creer nuestros ancestros ilustrados, pero transferir dicha información al/la afectad@ es harina de otro costal.
 

Siento no haber hablado contigo cuando debía. Me gusta tu olor. Lamento no cumplir tus expectativas. No puedo quererte de la forma que desearías. Los músicos callejeros me recuerdan a ti. No te traté como era debido. Debí haber pensado en ti antes de tirar aquel mueble. Te quiero. Me alegra que hayas encontrado la felicidad. Te echo de menos. Quiero pasar una noche contigo. Me dolió que dejaras que todos creyeran que era una zorra. No pienso como tú. Disculpe, ese es mi sitio. Habéis hecho un gran trabajo. Yo también siento miedo. Eres detestable. No lo entiendo, explícamelo. Eres preciosa. No soy capaz. Me encantaría. No me gusta. Adoro tu risa. No debí irme sin decir adiós. Ese comentario es extremadamente racista. No quiero volver a verte. ¿Bailamos?. No pudimos tomar otra opción. Fóllame. Se ha colado, señora. No sé hacerlo. Estaré a tu lado toda la vida. Odio que me rompieras, pero por algún motivo no te odio a ti. Necesito huir. Hazme caso. Gritas demasiado. No te quiero. Ojalá pudiera.
 

Todo lo que no decimos es todo lo que no hacemos. Los motivos nos amparan, las murallas y prejuicios, una retahíla de honestos despropósitos que de algún modo entorpecen nuestro desarrollo y nos castran ligeramente añadiéndo más peso a ese bagaje emocional.
 

Aún y así vomitar lo que sentimos no es la panacea, pero ganamos si estamos dispuestos a perder. Eso o pasados diez años te encontrarás en plena conversación por skype preguntándote cómo habría sido si aquella noche febril de la barcelona de finales de los noventa hubieras respondido: yo también.