dijous, 4 d’abril del 2013

Nineta



La tortuga no sabe que sabe...


Entré en el esplai por casualidad: un encuentro con una compañera de clase, sonrisas y niños alrededor, una propuesta. La semana siguiente era monitora de peixos. A Antonia no la conocí hasta pasados un par de meses, no recuerdo muy bien la situación pero puedo describir a la perfección la primera vez que hablé con ella a solas en mitad del gentío. Algo sucedió mientras nos trasladábamos miserias e intimidades, algo más frecuente en mi caso que en el suyo. 

Creo que fue en ese instante que quedamos zurcidas, puntada a puntada.

Mi heroína luchaba contra los monstruos de melena brillante y ponzoña en el verbo.
Mi psicóloga que escuchaba y aconsejaba dulcemente.
Mi incitadora de alguna que otra noche de lujuria.

Son ya catorce años compartiendo de cerca y de lejos. Le debo tanto que no cometeré el error de intentar pagárselo, eso lo dejo para la siguiente vida.